Ya hemos visto que, desde la óptica del hermetismo, el fin último del ser humano es descubrir la naturaleza divina. Este cometido moral y sagrado solo se puede alcanzar trascendiendo el mundo sensible, pues el Demiurgo no se puede aprehender por la vía de los sentidos, sino por la del pensamiento. Por tanto, es lícito servirse de cualquier disciplina para conseguir tal fin: la salvación no viene a través de la fe, sino del conocimiento (y esa es la principal razón por la que la Iglesia persigue a los herméticos). La verdad está ahí, pero hay que descubrirla; y lo importante es que cualquiera, sea cual sea su medio cultural, puede conseguirlo.
Partiendo de esta premisa, cierto es también que no todos los saberes sirven igual a este propósito: hay tres ciencias que tradicionalmente se encuentran en la cumbre de la sabiduría del cosmos: la alquimia, la magia y la astrología. Estas tres disciplinas forman un triángulo: el vértice derecho es la teúrgia, que se ocupa de lo psíquico; el izquierdo es la alquimia, que obra en lo físico; ambas se complementan entre sí y se completan con el vértice superior, la astrología, que nos ayuda a entender nuestro lugar en el universo.
Los verdaderos herméticos conocen y practican estas tres disciplinas, y aunque se especializan en una de ellas siempre tienen presentes las leyes y preceptos de las otras dos.
Alquimia
Sin embargo, al contrario que los teúrgos, los alquimistas prefieren acceder a lo inteligible a través del mundo sensible. Por eso se convierten en grandes conocedores de los fenómenos físicos, capaces de reproducir aquellos que ocurren en la región sublunar; pero, además, son capaces de crear efectos sobrenaturales haciendo uso del Pneuma, el Aliento Divino, que se encuentra en determinados componentes, para después concentrar toda su energía en un objeto determinado. Las armas legendarias, los filtros, los talismanes... todos ellos fueron objetos imbuidos de apenas una insignificante cantidad de Pneuma, gracias a la cual podían obrar lo que algunos llamaban milagros o maravillas y otros magia.
Pero es importante este matiz: ellos no “roban” el Pneuma, como harían los goéticos, sino que utilizan el que tienen a su disposición, pues este se encuentra en gran cantidad en la región sublunar, en cada uno de los cuatro elementos y sus compuestos. Todo tiene Pneuma: el aire, las rocas, las plantas... Y los alquimistas saben manipularlo, como un componente más de cualquier mezcla; pero prefieren no extraerlo, a menos que sean goéticos.
Así pues, los alquimistas son capaces de manipular todo efecto físico en un sentido muy amplio, pues esto incluye también la psicología humana, que depende de los humores, que, al fin y al cabo, son parte de los cuatro elementos que ellos conocen tan bien. En cambio, son incapaces de manejar todo proceso que se lleve a cabo más allá de la región sublunar, como la influencia y el movimiento de los astros.
Astrólogos también hubo, aunque desde luego gran parte de ellos no eran más que farsantes y charlatanes. Tienen un gran conocimiento sobre las regiones supralunares y su influencia en la sublunar, y ese conocimiento les otorga una gran capacidad para comprender no solo los fenómenos que ocurren en el mundo sensible, sino también la Pronóia o voluntad divina. Por esta razón, algunos, mediante su arte, consiguieron predecir determinados acontecimientos y conocer el temperamento de las personas mediante el influjo que los astros ejercen sobre toda la Creación.
Los verdaderos astrólogos son también unos eruditos en cuestiones matemáticas, pues se manejan muy bien dentro del mundo de las ideas, de lo inteligible, y los números son una representación de las leyes divinas que gobiernan el mundo sublunar. Esto les permite ser los mejores ilusionistas del mundo, pues, como sabemos hoy en día, la mayoría de los trucos de magia son pura matemática.
Sin embargo, no hacen uso del Pneuma, y por eso sus prodigios carecen de las virtudes naturales de la Creación. Por ejemplo, son famosos sus autómatas, máquinas vivientes que hoy en día llamaríamos robots, pero que carecen del aliento vital del Creador, y por tanto carecen de alma. En realidad, la vida que se percibe en ellos es una ilusión de la vida que existe en un ser realmente animado por el Pneuma, como los animales o los seres humanos. Prodigios de este tipo fabricaron, por ejemplo, Dédalo, que regaló a Minos, rey de Creta, una mujer que en realidad era un autómata, o Hyarbas, que disponía de estatuas de oro que actuaban como criados, sumilleres y conserjes.
Otro famoso prodigio propio de matemáticos y astrólogos, y también de alquimistas especialmente duchos en esta materia, son los espejos capaces de obrar efectos maravillosos, que siguen siendo ilusiones. Por ejemplo, se dice que Pompeyo trajo de Oriente un espejo que siempre mostraba, sobre la imagen que reflejaba, todo un ejército armado y listo para la batalla; también se sabe de espejos que podían llenar de sombras fantasmales la sala en la que se encontraban; y Agripa decía poseer unos espejos que mostraban lugares distantes.
Y es que los astrólogos, gracias a su conocimiento de las matemáticas, conocen también los secretos de la música, la geometría, la astronomía y la mecánica, las cuales abarcan aplicaciones tan variadas que van desde provocar fuertes emociones a través del sonido de instrumentos musicales hasta construir las pirámides de Egipto.
El teúrgo es, de los tres sabios, el que mantiene un contacto más directo con el mundo inteligible, y ello le permite obtener un conocimiento de primera mano sobre cualquier aspecto de la Creación, el cual le viene a través de su encuentro con seres del plano espiritual, imperceptibles en el mundo sensible.
Ese contacto hace que los teúrgos sean los que más riesgo corren entre todos los sabios, pues no todos los seres del mundo inteligible están a favor de los humanos, y no faltan quienes tratan de confundir y corromper a cuantos teúrgos pueden, convirtiéndolos en grandes enemigos para sus propios congéneres. Cosa que, según se ha ido comprobando a lo largo de la historia, es francamente fácil, pues el ser humano es tan adicto al poder, que basta con que la entidad le ceda parte del suyo para llevarle a la perdición.
Los teúrgos, al igual que los alquimistas, pueden hacer uso del Pneuma para obrar sus prodigios, pero en lugar de usar el contenido en los elementos del mundo sublunar, el suyo proviene del plano espiritual, siendo por tanto más puro y efectivo; sin embargo, necesitan de la aquiescencia de los seres del plano espiritual, con los que deben de comunicarse previamente mediante algún ritual de complejidad muy variable, dependiendo del Pneuma requerido, el ente y las circunstancias.
Su práctica más famosa y peligrosa consiste en la invocación de entidades del plano espiritual, las cuales se presentan bajo una apariencia carnal en el mundo sensible. Esta práctica ha sido la preferida por las entidades contrarias a los humanos para sembrar la currupción y la discordia entre ellos, y por ello no son muchos los verdaderos teúrgos que a llevan a cabo, pues prefieren ser ellos quienes viajen al plano espiritual, o bien hallar una manera para comunicarse con sus seres, sendo así solamente ellos los que se ponen en peligro.
Famosos teúrgos han sido Moisés, Salomón y el propio Jesucristo, que obraron maravillas siempre mediante la intervención divina.
Goecia
Los herméticos llaman goecio o goético a todo aquel hermético que utiliza sus conocimientos para alimentar su propio ego. Los goéticos usan las mismas artes que los herméticos, ya provengan de la alquimia, la astrología o la teúrgia, solo que sus motivaciones son siempre egoístas y buscan solamente el dominio sobre los demás.
Los goéticos se han dejado llevar especialemente por alguno de los doce vicios que vimos cuando hablamos de la filosofía hermética, olvidando uno de los preceptos fundamentales: el de la unidad, representada por el Demiurgo. Por eso, se han alejado de la verdad universal, y en vez de expandir su alma y su energía para sentirse parte de la Creación, la concentran en sí mismos. Mientras que la magia obrada por los herméticos podría considerarse parte de un baile o una armonía en la que todo fluye con naturalidad, la de los goéticos trata de usurpar el Pneuma para cambiar su propio Destino y así resistirse a la Fatalidad. Esa es la diferencia fundamental entre ambos.
Como vimos más arriba, el Pneuma es la vis o energía de la que se imbuye la Creación; los herméticos usan la que está disponible en el ambiente, mientras que los goéticos absorben toda la que pueden. Además, los herméticos luchan por comprender su propio Destino y hacen lo posible por que se cumpla la Fatalidad, mientras que los goéticos luchan contra su Destino y tratan de revertir los acontecimientos de forma antinatural para modificar en lo posible la Fatalidad en pro de sus propias metas.
Son conceptos diametralmente opuestos sobre la divinidad: tratar de comprender los planes divinos para sentirse parte del Todo que conforma esa divinidad, o destacar sobre los semejantes haciendo frente a los planes divinos y usando el poder que otorga su comprensión en beneficio propio.
No obstante, no hay que encasillar a los goéticos, como tampoco a los herméticos; sabemos que en el cosmos las cosas no son blancas o negras, sino que existe una amplia gama de colores. A veces no está muy claro quién es hermético y quién goético; puede que ni la propia persona lo sepa. Hay herméticos que se dejan llevar por el ego, y sin embargo tratan de obrar siempre conforme al plan divino; y hay goéticos que creen que al hacer uso de su poder y someter a los demás están cumpliendo su propio Destino. Recordemos que, además de los doce vicios, hay diez virtudes, y que prácticamente todos los ocultistas se ven especialmente influidos por alguna de ambas; lo crucial es saber hasta qué punto.
Eso debe dejarnos clara la idea de que el hermetismo y la goecia son dos caras de una misma moneda, y por ello el hecho de que una persona se mueva por uno de los extremos, no significa que no pueda moverse hacia el otro. Un goético no condena su alma ni pierde para siempre la oportunidad que tiene todo ser humano de acceder a su propia salvación. Por otra parte, recordemos que las almas que no cumplen la tarea asignada por el Psicoguía solo bajan un escalón, pero en su próxima encarnación pueden volver a subirlo. No existe el Infierno ni la eterna damnación, aunque sí es cierto que cuando una persona es dominada por su propio ego, el gozo que experimenta de la percepción del propio poder hace que sea muy difícil que vuelva al camino correcto.
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