miércoles, 26 de enero de 2011

Cosmogonía hermética

La filosofía hermética podría resumirse en los siguientes postulados:
- existe una correspondencia y una interdependencia absoluta entre todas las partes del universo;
- el cosmos es un organismo vivo;
- el hombre es una realidad compleja que puede acceder a distintos niveles de consciencia mediante la gnosis (conocimiento), la cual se entiende además como un segundo nacimiento (experiencia mística) y como iniciación a una sabiduría perenne que se remonta a los primeros tiempos.

Así pues, según los herméticos existe una tríada formada por un Dios inmóvil o Demiurgo, el cosmos en movimiento y el hombre racional; el hombre es una imagen del cosmos, y el cosmos fue creado por el Demiurgo; por tanto, el hombre, a través de su racionalidad, puede elevarse hasta el Creador. Existen además unas entidades, de las que hablaremos después, que enlazan los componentes de esta tríada.


El Demiurgo

Demiurgo es el nombre que recibe el Dios Creador, la fuerza motriz o causa primera a partir de la cual el universo existe y tiene vida. Él lo creó todo y se encuentra en todo, es el principio de la Creación y la Creación misma. Se dice que es inmóvil porque es eterno y porque de Él proviene todo y está en todo, pero a la vez es invisible, lo que quiere decir que no se puede percibir con los sentidos porque es inmanente en su propia creación. Además es inteligible, lo que hace posible que el hombre, que es racional, pueda llegar a comprender sus misterios.

Para comprender mejor esta idea, podemos recurrir al concepto pitagórico de la Mónada: la unidad. El número uno genera todos los números, y no es generado por ninguno; de ahí podemos decir que los números no surgen de la nada, sino de esa unidad que se encuentra en todos ellos como principio y raíz. Esta es una analogía matemática del Demiurgo y de la Creación.

En un principio solo existían el Demiurgo e hýle, la materia, pero no por separado, sino en unión, como hemos visto en el concepto de Mónada. De hecho, la materia no existía en el estricto sentido de la palabra, ya que aún no había sido generada, pero existía en lo que había de generarlas.

Aquí entran los conceptos de Nous, el Pensamiento, que es la voluntad del Demiurgo, y Logos, la Palabra, que es la materialización del Nous. El Demiurgo es inteligible por el hombre, y eso se debe a que el hombre también tiene Nous y Logos. El Pensamiento es algo abstracto, sin forma, y la Palabra es parte de él y es su instrumento, pues lo interpreta. Para comprenderlo, podemos establecer una analogía con las ideas o conceptos humanos: por ejemplo, “amor” es una palabra que refleja un pensamiento, un concepto abstracto; por tanto, la palabra “amor” es parte del pensamiento que pretende reflejar. También observamos que el pensamiento es algo universal, mientras que la palabra tiene muchas expresiones distintas: no solo nos referimos a los distintos idiomas en que se pueden expresar los conceptos, sino también los sinónimos dentro de una misma lengua; en el caso del “amor”, observamos que las palabras “amistad”, “fraternidad”, “afecto” abarcan dimensiones distintas pero pertenecientes al mismo concepto. Asimismo, la Palabra es distinta de la voz, y es entendida como un símbolo, algo que representa e interpreta un Pensamiento.

Entonces el Demiurgo creó el cosmos, que se encontraba contenido en su Nous y se materializó a través de su Logos. Pero aún queda otro concepto más, que es el Pneuma, el aliento vital, la energía que da vida al Logos, pues sin ella este sería una simple idea sin movimiento. El Pneuma es el éter del que se sirven los procedimientos mágicos y astrológicos llevados a cabo por los hombres.

Por último, existe un atributo esencial en el Demiurgo, y por extensión en su Creación, que es el Aeon, la Eternidad, que es el pilar que sustenta lo creado. Decimos que el Demiurgo es eterno, pero su Creación es inmortal, pues existe porque existe el Demiurgo y es el propio Demiurgo. Sin la Eternidad, nada podría existir.

El Cosmos

Pasamos ahora al cosmos, que es el primer estadio de la Creación. Dijimos que el cosmos es móvil, y lo es porque se trata de un Pensamiento (Nous) materializado a través de la Palabra (Logos) y animado por el aliento vital (Pneuma) a lo largo de la Eternidad (Aeon): es la Creación en movimiento, el Verbo animado del Demiurgo, que es inmóvil porque es la causa primera y motriz, tal como aclaramos más arriba.

Este movimiento no solo implica la propiedad que tiene el cosmos de ser Creación animada; la causa y el efecto se dan dentro de un cosmos en movimiento, no pueden entenderse sin él, y a su vez son generadores del cambio; por tanto, el movimiento es el principio de la vida y la muerte, pero la muerte no se entiende como destrucción, sino como desaparición y renovación, o lo que es lo mismo, cambio. Esto nos lleva al concepto de Apocatástasis: ya que el cosmos es, Creación animada, un ser vivo inmortal, es imposible que muera parte alguna del mismo; lo que se da en él es una rotación, un eterno retorno, idea que a nivel del hombre algunas culturas, como la egipcia, interpretaron como reencarnación.

Este cosmos cambiante, sin embargo, se rige por tres fuerzas que mantienen todo unido en un perfecto orden. Estas son la Pronóia o Providencia, que es la voluntad y el proyecto divino, del Creador; la Heimarmene o Destino, que es el cumplimiento de todos los acontecimientos, enlazados unos con otros como los eslabones de una cadena; y la Ananké o Fatalidad, la resolución inquebrantable e inalterable de la Providencia. Estas tres fuerzas impiden que triunfe el azar, el Caos, que por otra parte, es consustancial a lo material.

Ya que tenemos una idea de los que es el cosmos, podemos observar su jerarquía. En primer lugar, se diferencia el cosmos inteligible del sensible; el inteligible solo es perceptible a través del pensamiento, mientras que el sensible también se puede percibir a través de los sentidos (obsérvese la implicación que tiene esto: los sentidos solo pueden percibir una parte de la totalidad que abarca el pensamiento). El cosmos sensible es regido por el Sol, llamado también Segundo Demiurgo, generador de vida y garante del orden cósmico, cuya Luz es el vehículo de lo inteligible. A su alrededor gravitan siete esferas, la primera de las cuales es la de las estrellas fijas, las cinco siguientes son las planetarias y la última es la terrestre. Los démones y los hombres están sujetos al influjo de todas las esferas en general, y en particular a la llamada región sublunar, que es la comprendida entre la esfera lunar y la terrestre, donde habitan los hombres y las almas.

El Hombre

Y llegamos al tercer elemento de la tríada, que es el hombre. El hermetismo es una doctrina antropocentrista, puesto que considera al hombre como imagen de Dios, y defiende lo divino de la naturaleza humana: el hombre ha sido creado de manera que puede trascender el cosmos sensible y llegar al inteligible, pudiendo llegar a contemplar al Creador. Es por eso que ha sido dotado de Nous (Pensamiento) y Logos (Palabra), lo que demuestra que es una imagen del Demiurgo. Tiene una doble naturaleza, una mortal, sometida al cambio, y otra inmortal que le permite elevarse hasta el propio Pensamiento del Demiurgo, y además está en sintonía con el cosmos, por lo cual se ve influido por los decanos, el zodiaco, los planetas y los démones, superiores a él en la jerarquía cósmica.

Lo material es parte fundamental del hombre, y se considera un elemento pasivo del cosmos, sujeto al cambio, y por ello es la parte culpable de que el hombre ceda a las pasiones y los apetitos; sin embargo, también tiene la capacidad divina de engendrar. Toda materia es una mezcla de los cuatro elementos: tierra, aire, fuego y agua, los cuales son continuamente mezclado y disueltos debido al movimiento del cosmos.

Pero el hombre también posee alma, como todo lo que existe en la región sublunar. Este alma es un reflejo del aliento vital o Pneuma, con el que el Demiurgo ha dotado a la Creación, y por tanto representa el principio del movimiento en la región sublunar, entendido tal como se ha explicado más arriba. El alma es inmortal, es decir, no está sujeta al cambio, como sí lo está el cuerpo, pero sí a un proceso de purificación, ya que al principio son irracionales, y su meta es alcanzar la racionalidad para unirse con su Creador; pues todas las almas no son sino fragmentos de una mayor, el Alma del Mundo, que es una emanación del Demiurgo. Este proceso de purificación consiste en la reencarnación sucesiva en distintos cuerpos, bajo la supervisión de dos entidades: el Psicoguardián, que vigila las almas aún no encarnadas, y el Psicoguía, que marca el cometido de las almas antes de reencarnarse; si cumplen el cometido durante la encarnación, las almas dan un paso más hacia su purificación. Siete son los pasos en la anábasis del alma, que una vez completados le permiten unirse a las almas divinas y racionales, lo que hemos llamado el Alma del Mundo. En cada uno de estos pasos, el alma se desembarga de cada uno de los lastres de su condición irracional: el cambio de tamaño, la insidia, el deseo, la ambición, la audacia, la avaricia, y, finalmente, la mentira.

Así pues, según esta doctrina, la condición indispensable para la salvación del hombre es la regeneración, entendida como un segundo nacimiento en el estado divino, en la recepción del Nous. Para que esto ocurra, el hombre debe centrarse en lo inteligible, y no en lo sensible, llegando a la pureza moral, que se alcanza superando los doce vicios, que son: la ignorancia, la aflicción, la incontinencia, el deseo, la injusticia, la codicia, la mentira, la envidia, el fraude, la ira, la imprudencia y la malignidad. Todos ellos se pueden superar mediante las diez virtudes, que son: el conocimiento de Dios, el conocimiento de la alegría, la templanza, la fortaleza, la justicia, la generosidad, la verdad, el bien, la vida y la luz.

1 comentario:

Sara dijo...

Siempre es lindo poder conocer cosas nuevas, creo que voy a tener que escribir y leer muchas cosas en algún momento porque necesito relajarme quizás los haga en algún viaje si encuentro algún Pasaje a Fortaleza