domingo, 2 de octubre de 2011

Apocalypsis: Preludium

Este es el resumen de la primera parte de la aventura Apocalypsis, que se está jugando en Comunidad Umbría.

PROTAGONISTAS

Toda historia tiene sus protagonistas, y en esta son cuatro viajeros, que presentamos a continuación.

Roger fill d'Arnau

Roger

Roger es un curandero catalán, hijo de un soldado que quiso apartarlo de ese mundo de muerte y destrucción que es la guerra. Huyendo de la epidemia de peste que acabó con su familia, viajó al sur en busca de conocimientos en su lucha declarada contra la muerte, pues es sabido que en materia de sanación los árabes son los que más saben. Su lucha es casi obsesiva, y siempre está muy atento a cualquier cosa que le pueda servir para aprender y adquirir conocimientos sobre la curación.
Roger es tal vez el más afable de los cuatro aventureros, y el más inocente. Siempre muestra una gran comprensión y sensibilidad para con todo aquel con el que se relaciona, aunque a veces tiene unos "arranques" muy extraños en los que libera toda la tensión acumulada.

Simplicio Ruipérez

Simplicio

El más veterano de los cuatro viajeros se dio a conocer como pardo, y tras sus "campañas" en tierras árabes vuelve a su casa, donde le espera su familia. Y es que Simplicio se ha cansado de ser heraldo de la muerte y por ello ha dejado las cabalgadas, que le proporcionaron una manera fácil de enriquecerse a costa de los saqueos. Se nota que es hombre de mundo, pues es de trato fácil y gusta de la conversación. Acostumbra a llevar la iniciativa y a veces aflora en él una vena protectora. Aunque ya no trabaja como tal, sin darse cuenta, la mayoría del tiempo sigue comportándose como un soldado.

Ventura Montesinos

Ventura

Ventura es un artesano del cuero que un día se dio cuenta de que su vida era demasiado simple y vacía. Un día, dejando atrás su tierra, marchó a la aventura en busca de algo que ni siquiera él mismo sabe muy bien qué es; y es que Ventura esconde en su interior un espíritu audaz, razón por la cual se estaba ahogando en aquella monotonía. Por eso, este hombre, en apariencia tranquilo, sorprende cuando se ve cerca del peligro, pues parece transformarse en una persona distinta, como si estuviera en su salsa.

Ruperto

Ruperto

Ruperto era un villano residente en Ciudad Real, hasta que un día su camino se cruzó con el de sus ahora compañeros de viaje, quienes lo encontraron en una taberna con muchas prisas por salir de la ciudad. Desde entonces, ha viajado con ellos, pero muy poco saben de él, pues es bastante introvertido en lo que se refiere a sí mismo. Siempre trata de pasar desapercibido, y parece tener un miedo enfermizo a las figuras de autoridad. No obstante, hasta ahora sus compañeros han respetado su intimidad; tal vez por eso, porque no le hacen preguntas, decidió viajar con ellos.

Como bien decíamos, los cuatro viajeros se dirigen a Burgos, hogar de Simplicio, aprovechando que este vuelve a su hogar y es hombre de armas que les puede proteger. Roger espera encontrar allí o durante su viaje alguna fuente de conocimiento para combatir la enfermedad, principalmente la peste, que amenaza con extenderse y convertirse en uno de los mayores males que ha conocido el ser humano. Ventura se deja llevar, cree que podrá encontrar trabajo gracias a su habilidad, pero espera encontrar algo más... Y Ruperto da la sensación de que le vale viajar a cualquier sitio, como si huyera de algo. Así las cosas, comienza nuestra historia.

HECHOS

Los cuatro llegaron a mediodía a Llerena, sede de la Orden de Santiago, cuyo maestre es don Fadrique, hermanastro del rey don Pedro I. Al llegar notaron micho movimiento de gente y carros, y es que era día de mercado. No empezó bien la cosa, pues uno de los alguaciles que hacía guardia en la puerta y cobraba el portazgo les engañó para que pagaran (cuando ellos no tenían que hacerlo), y más de la cuenta. Sin embargo, ellos, pensando que las cosas serían así en aquel lugar, se dieron cuenta demasiado tarde.

Pero no parecieron escarmentar con esto, que de pillastres están llenos todos los lugares y no se libra ni uno como este: avanzaron hasta la plaza, llena hasta los topes, y quisieron rodearla tomando una calle transversal, para primero buscar posada y más tarde visitar el mercado; a esto que les siguió un viejo monje, Millán decía llamarse, que al ver que se prestaban a la conversación, aprovechó para ganarse su confianza, guiarles hasta una posada, encerrarlos allí y quedarse con las monturas de Simplicio y todo lo que llevaba en ellas. Que cómo lo hizo, os preguntaréis: pues el muy pillo les llevó a una posada abandonada, en cuyo interior esperaba su ahijado; al llegar, llamó al mozalbete y le ordenó que llevara las monturas al establo, esperó a que los cuatro viajeros entraran, cerró y sujetó la puerta atando el tirador al del establo con una cuerda, e impidiendo así que pudieran salir.

Los viajeros, creyendo que alguna sorpresa les esperaba dentro, no pensaron que simplemente habían sido engañados, y perdieron demasiado tiempo inspeccionando el lugar. Para cuando se quisieron dar cuenta, era demasiado tarde para pillar al tal Millán, y además no había forma de salir, salvo por un muro que daba al patio de otra posada.

Sacaron al patio todas las mesas y taburetes que encontraron en la taberna y las apilaron para poder salvar el muro. Simplicio fue quien saltó primero, pero al asomar por el muro la gente que estaba reunida en el otro patio pensó que era un ladrón y empezaron a lanzarle piedras. Simplicio, viendo que no atendían a razones, se bajó rápidamente y se pusieron todos a cubierto.

Poco después oyeron gritos fuera, al otro lado de la puerta por la que entraron, y Ruperto fue a esconderse al pozo que había en el patio. Al otro lado apareció el alguacil mayor, que avisado por la gente de la otra posada acudió a ver lo que se cocía allí. Ventura explicó lo ocurrido, y al corroborar dos mirones que habían visto a un monje atar una cuerda en la puerta y salir pitando de allí, el alguacil quedó satisfecho.

Sin embargo, Ruperto había optado por esconderse, y eso les haría parecer que escondían algo. Logró esquivar el examen de uno de los alguaciles que entró a comprobar si había alguien más dentro, y la cosa empeoró cuando el alguacil mayor dio la orden de atrancar la puerta de la posada para que nadie más pudiera abrirla y utilizarla como refugio, como habían hecho Millán y su ahijado. Simplicio, preocupado por la pérdida de sus monturas, dejó a Ventura y a Roger encargados de sacar a Ruperto de aquel atolladero.

Roger, en uno de sus arrebatos, se maldijo por la mala suerte que estaban teniendo, y esto, aunque en un primer momento molestó al alguacil mayor, ya que creyó que lo achacaba todo a la poca seguridad que había en la villa (de la que él era el encargado), viendo que habían sido engañados de tal manera y despojados de sus bienes, se apiadó de ellos y ordenó a sus dos subordinados que cuando atrancaran la puerta les llevaran a la casa maestral para ver si podían compensarlos de alguna manera (si bien dio la impresión de que el orgulloso alguacil mayor les estaba haciendo un grandísimo favor, y de mala gana).

Pero aún quedaba el problema de Ruperto, que seguía allí dentro. Entonces, a Ventura se le ocurrió gritarle preguntándole si estaba mejor de su cojera. En esto que salió Ruperto fingiéndose cojo, para asombro del alguacil que había registrado el interior del edificio. Se excusó Ruperto diciendo que no había podido salir antes debido a una caída que le había dejado cojo, y aunque Miguelón, el alguacil, no terminaba de creerlo, su compañero, al ver que llegaban ya para atrancar la puerta, le instó a que acabaran ya su turno llevándoles a la casa maestral. Ya había regresado Simplicio, que no pudo averiguar nada sobre Millán, y se unió a ellos antes de partir.

Tras atravesar una calle llena de cuadras llegaron al edificio. Los alguaciles les dejaron en un patio donde aguardaban algunas personas, entre ellas alguien importante perteneciente a la iglesia, tal vez un prior o un obispo. Tras un largo rato de espera ya solo quedaban ellos en el patio, y al fin les atendió en su despacho Orduño Pérez, caballero Trece de Santiago. Este comenzó a hacerles preguntas y a examinarlos de manera bastante incómoda. Tras el escrutinio, como quedara satisfecho, les propuso un trabajo, pero les avisó que si se comprometían no habría marcha atrás. Mas los cuatro, animados por el sustancioso pago, siguieron adelante.

Les contó entonces Orduño que hacía tiempo que no tenían noticias del comendador de Montemolín, don Juan Téllez, y que otro contestaba las misivas por él, porque aunque venían con el sello, no llevaban escrita la consigna correspondiente. Orduño que sospechaba que alguien estaba suplantando al comendador y que este estaba muerto, y necesitaba que alguien fuera allí a averiguar todo lo posible sobre la situación. Los necesitaba a ellos, unos desconocidos, porque solo ellos podrían ejercer de espías, pues sus hombres eran conocidos por la gente de aquel castillo. De hecho, antes había enviado a un joven caballero, llamado Rodrigo, con su escudero, y nada se volvió a saber de él. Para que nadie sospechara de ellos, Orduño había preparado una tapadera: irían en calidad de obreros para reparar una parte de la muralla que estaba en ruinas y por la cual el comendador había pedido repetidas veces ayuda para repararla. Para que pudieran moverse con libertad durante un tiempo, Orduño mandaría la piedra con dos días de retraso, y Ventura, que se haría pasar por el maestro albañil, debería poner la excusa de que se habían adelantado para poder examinar los daños y estar preparados para cuando llegara el material- Aparte de esto, mediante preguntas, los cuatro viajeros averiguaron algunas cosas más:
- Cree que quienquiera que esté suplantando al comendador debe conocer las sospechas de la orden; además está la desaparición de don Rodrigo, el joven caballero que enviaron, que puede haberles puesto sobre aviso.
- Don Juan Téllez, el comendador, parece persona bien conocida por Orduño. Asegura que se ganó su nombramiento por su buen hacer dentro de la orden y su fama de buen caballero. Es viejo y canoso, pero aún vigoroso, de barba blanca y aspecto malhumorado.
- Cuando llegue el material de construcción, con él llegará alguien a quien tendrán que informar de lo que hayan averiguado hasta el momento. Solo a través de él podrán contactar con Orduño y él les pagará lo acordado; no podrán volver a la casa maestral ni a dirigirse a él, ni en público ni en privado.
- Advierte vehementemente que no se pronuncia su nombre (el de Orduño) en aquel lugar, porque podría ponerles en peligro. Además, la orden no responderá de ellos mientras estén allí y él negará conocerlos.

Así pues, los viajeros se vieron envueltos en aquel misterio, y determinados a resolverlo para recibir el cuantioso pago prometido, se pusieron en camino al día siguiente hacia la encomienda de Montemolín.

DRAMATIS PERSONAE

Secundarios por orden de aparición.

Roque

Roque

Uno de los dos alguaciles que hacían guardia en la puerta de la muralla cuando el grupo llegó a Llerena. Les engañó para que le pagaran por entrar cuando no tenían que hacerlo.

Mercader

Mercader

Un tipo impaciente que no soportaba estar bajo el sol esperando en la cola para entrar al pueblo.

Compañero de Roque

Alguacil de la puerta

El otro alguacil de la puerta.

Millán

Millán

Un granuja que se hace pasar por monje para engañar a los incautos. Con ayuda de su ahijado, consiguió robar las bestias de Simplicio con una sucia estratagema que le salió redonda.

Alguacil Mayor

Alguacil mayor

Bajito pero matón, un tipo desagradable que habla siempre a voces y parece que solo sabe dar órdenes. A pesar de eso, sacó a los cuatro viajeros de la posada y les envió a la casa maestral para que pudieran pedir compensación por lo ocurrido.

Mirones

mirón1mirón2

Dos tipos que vieron actuar a Millán y a su ahijado y ayudaron al Alguacil Mayor a esclarecer el asunto, exculpando a los cuatro viajeros de cualquier delito.

Miguelón

Miguelón

Subordinado del Alguacil Mayor, algo bruto y corto de entendederas.

Alguacil

alguacil2

Compañero del Miguelón, más listo y pasota.

Fraile

fraile

Fraile que actúa como secretario de Orduño.

Alguacil de la casa Maestral

Alguacil maestral

No te dejará pasar al despacho de Orduño portando armas (aunque Simplicio consiguió colar una sin que se diera cuenta).

Orduño Pérez

Orduño Pérez

Caballero Trece de la Orden de Santiago, al parecer se encarga de investigar los asuntos internos de la orden. Su persona desprende un halo de nobleza. Contrató a los viajeros para que hicieran de espías en el castillo de Montemolín.