jueves, 8 de marzo de 2012

La hazaña de Pablos

quevedoSi el genial Quevedo hubiera conocido los juegos de rol, habría sido uno de los mejores jugadores que han existido en la mesa de juego, de eso estoy seguro. No hay más que echar un vistazo a su Historia de la vida del Buscón, en la que un pícaro llamado Pablos nos cuenta su vida, para saber del ingenio que atesoraba este hombre.

Si habéis participado alguna vez en una partida ambientada en el Siglo de Oro, en juegos como Villa y Corte o el Capitán Alatriste, supongo que ni se os pasaría por la cabeza ir a robarle las espadas a una cuadrilla de corchetes (los guardias que había en las ciudades en el siglo XVII, encargados de prender a los criminales, que iban en grupos haciendo la ronda). Pues nuestro amigo Pablos lo hizo solo para demostrar a sus compadres hasta dónde llegaba su habilidad como pícaro.

A continuación transcribo el pasaje donde se cuenta cómo logró semejante hazaña, por si queréis probarlo en alguna partida y volver loco a vuestro DJ.

[Los números entre corchetes remiten a notas explicativas]

Y así, prometí a don Diego y a todos los compañeros, de quitar una noche las espadas a la mesma ronda. Señalóse cuál había de ser, y fuimos juntos, yo delante, y en columbrando [1] la justicia, lleguéme con otro de los criados de casa, muy alborotado, y dije:

-¿Justicia?

Respondieron:

-Sí.

-¿Es el corregidor?

Dijeron que sí. Hinquéme de rodillas y dije:

-Señor, en sus manos de V. M. está mi remedio y mi venganza y mucho provecho de la república; mande V. M. oírme dos palabras a solas, si quiere una gran prisión [2].

Apartóse; ya los corchetes estaban empuñando las espadas y los alguaciles poniendo mano a las varitas. Yo le dije:

-Señor, yo he venido desde Sevilla siguiendo seis hombres los más facinorosos del mundo, todos ladrones y matadores de hombres, y entre ellos viene uno que mató a mi madre y a un hermano mío por saltearlos, y le está probado esto; y vienen acompañando, según los he oído decir, a una espía francesa; y aun sospecho, por lo que les he oído, que es... (y bajando más la voz dije) Antonio Pérez [3].

Con esto, el corregidor dio un salto hacia arriba, y dijo:

-¿Y dónde están?

-Señor, en la casa pública; no se detenga V. M., que las ánimas de mi madre y hermano se lo pagarán en oraciones, y el Rey acá.

-¡Jesús! -dijo-, no nos detengamos. ¡Hola, seguidme todos! Dadme una rodela.

Yo entonces le dije, tornándole a apartar:

-Señor, perderse ha V. M. si hace eso, porque antes importa que todos V. Ms. entren sin espadas, y uno a uno, que ellos están en los aposentos y traen pistoletes, y en viendo entrar con espadas, como saben que no la puede traer sino la justicia, dispararán. Con dagas es mejor, y cogerlos por detrás los brazos, que demasiados vamos.

Cuadróle al corregidor la traza, con la codicia de la prisión. En esto llegamos cerca, y el corregidor, advertido, mandó que debajo de unas yerbas pusiesen todos las espadas escondidas en un campo que está enfrente casi de la casa; pusiéronlas y caminaron. Yo, que había avisado al otro que ellos dejarlas y él tomarlas y pescarse a casa fuese todo uno, hízolo así; y al entrar todos quedéme atrás el postrero, y en entrando ellos mezclados con otra gente que entraba, di cantonada [4] y emboquéme [5] por una callejuela que va a dar a la Vitoria, que no me alcanzara un galgo.

Ellos que entraron y no vieron nada, porque no había sino estudiantes y pícaros (que es todo uno), comenzaron a buscarme, y no hallándome, sospecharon lo que fue, y yendo a buscar sus espadas, no hallaron media.

¿Quién contara las diligencias que hizo con el retor el corregidor? Aquella noche anduvieron todos los patios reconociendo las caras y mirando las armas. Llegaron a casa, y yo, porque no me conociesen, estaba echado en la cama con un tocador [6] y con una vela en la mano y un Cristo en la otra y un compañero clérigo ayudándome a morir, y los demás rezando las letanías. Llegó el retor y la justicia, y viendo el espectáculo, se salieron, no persuadiéndose que allí pudiera haber habido lugar para cosa. No miraron nada, antes el retor me dijo un responso [7]; preguntó si estaba ya sin habla, y dijéronle que sí; y con tanto, se fueron desesperados de hallar rastro, jurando el retor de remitirle si le topasen, y el corregidor de ahorcarle fuese quien fuese. Levantéme de la cama, y hasta hoy no se ha acabado de solemnizar la burla en Alcalá.

[1] divisando.
[2] presa, captura.
[3] Antonio Pérez fue secretario de Estado de Felipe II. En 1579 fue acusado de traición y de ser espía de los portugueses y arrestado. En 1590 consiguió huir a Aragón y después a Francia.
[4] dar cantonada es marcharse en silencio, sin que los otros se enteren de la burla.
[5] embocarse es entrar por un sitio estrecho.
[6] un paño que se ponían en la cabeza los hombres por la noche.
[7] rezo dedicado un difunto.

Vaya pasada, ¿verdad? Pues si os ha gustado, y especialmente si tenéis un personaje pícaro y queréis aprender del bueno de Pablos, os recomiendo la lectura de esta entretenida novela, que os dará muchas ideas sobre burlas y fechorías; aunque mejor si encontráis una edición glosada, ya que Quevedo usa constantemente juegos de palabras, dobles sentidos y lenguaje de germanía, lo cual hace que el texto sea a veces algo incomprensible para nosotros. Sin embargo, con notas al pie y con las explicaciones pertinentes, el texto es muy ameno y, desde luego, una lectura obligada para todo aquel al que le interese nuestro Siglo de Oro.