viernes, 27 de marzo de 2009

Renacimiento

Hace tiempo que guardo silencio, tanto en este blog como en otros lugares de internet en los que soy asiduo, por una parte porque, por unas cosas u otras, todos mis proyectos se encuentran estancados, pero sobre todo porque ya sabemos que los deberes diarios son los que mandan y suelen relegar nuestras aficiones a un indeseado segundo plano. Pero hoy podía haber guardado silencio para siempre. Y como sé que una de las mejores formas de hacer frente a las experiencias traumáticas es hablar sobre ellas, y escribir precisamente no se me da muy mal, dejo aquí constancia del suceso, para amonestar a quienquiera que piense en cometer el mismo error que yo, pero principalmente para mí mismo, para que nunca olvide un error que me podía haber costado la vida, aunque aún la Parca no tuviera pensado cortar el hilo para dar fin a mi existencia.

Puede que leáis algunos tópicos en mi relato, pero no por ser tópicos son menos ciertos. El primero en entrar a escena es el de que uno nunca piensa que le puedan pasar a él las cosas malas que oye que le ocurren a terceros. Pero pueden pasar en cualquier momento, y por poco que sea el tiempo que te expongas al peligro. Me encontraba esta mañana estudiando en mi habitación, como casi todos los días, y a la espera de una llamada del ayuntamiento de mi pueblo, que espero desde hace ya tiempo, que me anuncie que por fin ha llegado una subvención a mi nombre para trabajar en el área de Juventud. Recibí una llamada, pero era de mi madre, que había ido a Córdoba con mi padre a comprar algo de ropa para Semana Santa, aprovechando que él trabaja allí y tiene que coger el coche todos los días para desplazarse. Me dijo que iba a subir a un autobús que le iba a dejar en el pueblo de al lado, y que fuera a recogerla. Sólo se tardan diez minutos en llegar desde aquí; por eso me confié, tanto que cuando aparté la mirada del libro momentáneamente para comprobar la hora, descubrí que ya apenas quedaban quince minutos para que el autobús llegara al pueblo. Rápidamente, repetí el ritual cotidiano de ponerme la chaqueta, coger las llaves de casa, coger las llaves del coche y palparme los bolsillos para comprobar si llevo la cartera y el móvil; esta vez olvidé el móvil, y estuve a punto de dejarlo en casa, porque sólo iba a estar fuera veinte minutos; pero, por suerte, lo pensé mejor y lo cogí, por si volvía a llamarme mi madre por lo que fuera. Resulta muy curioso cómo automatizamos nuestras acciones cotidianas, cómo actuamos por impulso, sin pensar, de manera que a veces incluso no somos conscientes si nos saltamos algún paso. Eran las una menos cuarto del día de hoy; la hora punta del tráfico estaba muy cerca, y para colmo me di cuenta de que no me quedaba gasolina. Hay dos gasolineras en mi pueblo; primero fui a la más cercana, pero había un camión repostando, así que fui a la otra y, oh sorpresa, otro camión repostando. Pasaron unos cinco minutos y, harto de esperar, salí de la gasolinera. De todas formas, aún no se había encendido el piloto que indicaba que el coche estaba en la reserva, y de mi pueblo al otro no distan más de siete u ocho kilómetros, así que pensé que habría gasolina suficiente para el trayecto de ida y vuelta. Faltaban ya solamente cinco minutos cuando salí a la carretera comarcal que une los dos pueblos. Una carretera que ha visto un sinfín de accidentes, por su estrechez, sus constantes cambios de rasante, sus endiabladas curvas, ninguna de las cuales tiene visibilidad, y porque el firme de la carretera no suele estar en buenas condiciones. Pisé el acelerador más de lo debido, lo confieso; debía circular a unos setenta, tal vez ochenta kilómetros por hora, en una zona en la que el límite de velocidad marcado por una señal vertical era de cincuenta. Había perdido mucho tiempo, y quería llegar lo antes posible para recoger a mi madre. Pero precisamente por querer llegar a tiempo, no llegué. Me encontraba subiendo una cuesta a la velocidad indicada, al final de la cual había un cambio de rasante con una curva cerrada y sin visibilidad. Un coche pasó en dirección contraria antes de que llegara arriba. Me dispongo a dar la curva cuando, de repente, oigo un ruido; no fui consciente hasta mucho tiempo después, pero la rueda delantera izquierda había reventado. Cuando quise enderezar el volante, el coche no me respondió. No recuerdo exactamente lo que hice, pero seguramente, aunque sólo fuera por instinto, presionaría el freno; no obstante, el coche no sólo no se detenía, sino que además no aminoraba la velocidad. La curva se terminó e invadí el carril contrario. No había absolutamente ninguna visibilidad, por lo que no podía saber si venía algún coche de frente.

Uno nunca piensa que pueda tener un accidente, y menos en un trayecto tan corto. Pero los accidentes ocurren, y para colmo, esta vez fueron los dos factores clave los que conjuraron para intentar mandarme al Hades, el Paraíso, el Infierno, Valhala, el Daziarn, las estancias de Mandos o donde quiera que vayan los muertos, si es que van a algún sitio: mi imprudencia y el fallo del propio coche. Muchos hemos oído esas historias sobre lo que se te pasa por la cabeza en esos momentos: que si las personas queridas, que si los momentos de tu vida... yo puedo decir que, en los diez segundos aproximadamente que estuve en peligro, no tuve tiempo de pensar en nada de eso. Para ser sincero, sólo pensé dos cosas. Primero, cuando perdí el control del coche y vi que invadía el carril contrario, pensé "bueno, muchacho, hasta aquí has llegado." No pensé nada más, ni si había malgastado mi vida, ni si la había aprovechado, ni si había dejado algo sin hacer... nada, sólo eso: "hasta aquí has llegado." Por suerte, el coche que tenía que pasar, había pasado segundos antes, y ninguno se cruzó en mi camino; al menos, no sería responsable de la muerte de otra persona, y ya podía darme por satisfecho. Pero el peligro aún no había acabado: tras superar la cuesta, venía una bajada, por lo que iba a ser muy difícil que el coche pudiera parar. No obstante, tuve una suerte tremenda: al dar la curva, las ruedas se habían quedado orientadas hacia la izquierda, y cuando el coche se estabilizó un poco tras patinar violentamente en ambas direcciones, se salió de la carretera y cayó en una cuneta con una pared elevada, que es la que me salvó la vida. En ese momento, cuando el coche golpeó lateralmente contra la pared, aunque seguía a la misma velocidad, me sobrevino el segundo pensamiento: "puede que tenga suerte." Entonces reaccioné, renuncié a recuperar el control del coche, pues ya era inútil, y me agarre muy fuertemente al volante, poniendo todos mis músculos en tensión para resistir cualquier golpe que pudiera recibir, intentando así evitar salir despedido por el impacto; a mi favor estaba la bonísima costumbre que tengo de ponerme siempre el cinturón, por muy corto que sea el trayecto que deba hacer. Así pues, protegido por el cinturón, agarrando con todas mis fuerzas el volante y haciendo presión con ambas piernas (seguramente, aunque no lo recuerdo, una de ellas estaría aún presionando el freno), me dispuse a hacer frente a cualquier golpe que me estuviera reservado, ya fuera por los obstáculos del camino o por que el coche decidiera dar unas cuantas vueltas de campana. Oía rechinar la chapa de la puerta al rozar contra la pared de la cuneta; de pronto apareció una señal vertical, el coche la golpeó violentamente y la derribó, sin detenerse. Finalmente, antes de que la cuneta terminara en una zona abierta a un olivar, el coche se fue deteniendo poco a poco, hasta hacerlo por completo. Estuve aún unos diez segundos agarrado fuertemente al volante, sin darme cuenta de que la pesadilla había acabado. No cerré los ojos en ningún momento, sólo grité un poco al principio, cuando descubrí que no tenía control sobre el coche, para después ya concentrarme solamente en intentar sobrevivir. Intenté salir por la puerta de mi lado, pero no podía abrirla, ya que estaba pegada a la pared de la cuneta. Me dispuse a salir por la otra, tras asegurarme de que no venía ningún coche, y salí por fin del vehículo. Sólo entonces me di cuenta de había tenido la suerte más increíble de toda mi vida: en una carretera estrecha y sin ninguna visibilidad en casi ninguno de sus tramos, el coche no había quedado invadiendo la calzada, lo cual hubiera desencadenado seguramente un accidente múltiple, ya que es sumamente difícil esquivar un coche accidentado en una carretera como esa; además, había ido a caer prácticamente en la única cuneta de toda la carretera, ya que el resto está rodeado de sembrados con olivos, cuyo impacto, obviamente, es mortal con bastante probabilidad. Pasaron pocos coches, pero casi todos los conductores se detuvieron para intentar socorrerme. Pero milagrosamente, yo no tenía ni un solo rasguño, ni un golpe, nada; sólo me dolía un poco el cuello, debido a la tensión que había hecho sobre él para soportar las sacudidas. Cuando vi cómo había quedado el coche, comprendí la sorpresa de los conductores que se detenían cuando descubrían que yo me encontraba intacto.

Qué gran invento el móvil. Seguramente pocas cosas haya tan útiles como un móvil en este tipo de situaciones. Llamé a mi madre, la tranquilicé, hice lo mismo con mi padre, llamé a la grúa... mientras me ponía el chaleco y señalizaba el accidente con los triángulos. Había estado a punto de morir, pero estaba muy tranquilo, tal vez por el trabajo que he tenido, en un centro de Alzheimer, en el que me veía obligado a mantener la calma a la vez que sosegar a otras personas casi a diario en situaciones muy estresantes.

Cuando todo pasó, me di cuenta de algo muy curioso: la curva en la que me había salido era primera que se encuentra al salir del cementerio de mi pueblo. Estaba apenas a cien metros de donde, si mi suerte hubiera sido otra, hubiera acabado prematuramente. Siempre me quejo de mi poca fortuna; fijaos que incluso una vez saqué un 12 en la quiniela, pero no pude sellarla porque la administración de mi pueblo estaba cerrada por vacaciones, dejando de ganar los 250 euros del premio. Ahora sé que sí que tengo suerte, y mucha, pero en las cosas que importan de verdad.

Así que aquí sigo, otro día más. Pero aún queda otro tópico más antes de dar fin al relato de este desafortunado incidente: el del cambio de actitud hacia la vida de aquellos que han sufrido situaciones extremas. De hecho, esta entrada la he titulado "Renacimiento". ¿Que es lo que se piensa después de haber estado a punto de bailar al son de la Vieja Descarnada? Pues, no sé si será por lo reciente del accidente (hace sólo cinco horas), pero la verdad es que noto en mí cierta tendencia a valorar las cosas que de verdad importan. No me importa en absoluto haber perdido el coche, ni considero tan importante el hecho de estar en paro y con pocas perspectivas de futuro con mi pareja por el momento, al carecer de sueldo fijo. Lo verdaderamente importante es sentirse querido por los tuyos, e intentar hacer todo lo que piensas que debes hacer en esta vida antes de morir; no inmediatamente, sino a su tiempo, pero sin perderlas de vista. En resumidas cuentas, nada importa más que la búsqueda de la felicidad. En el mundo en que vivimos, muchas veces pensamos que nuestra felicidad depende de la consecución de unas metas que nos fijamos, pero eso no es cierto; los objetivos se pueden cambiar, o se pueden dar rodeos que permitan conseguirlos de otras maneras, pero en ningún caso la felicidad depende de cumplir objetivos, sino de saber cambiarlos cuando estos no se pueden alcanzar, sin que ello conlleve frustración ni decepción alguna.

Ya he soltado la moraleja principal de la historia, pero aún queda otra no menos importante: no seáis tan imprudentes como yo y conducid con prudencia. No importa la prisa que tengas, ni la que tenga quien te espera, ni la que tengan los demás conductores. Si caes en la trampa de la impaciencia, cualquier día que salgas de tu casa puede ser el último que estés en este mundo.

14 comentarios:

Oca dijo...

La verdad es que eres una persona ajena, no te conozco de nada, simplemente de leer tu blog, pero joder, cuando alguien a quien consideras algo abstracto, pues aún no encuentro definicion ninguna para denominarlo, está apunto de morir, surge un sentimiento de afecto y cariño hacia ella.

Y eso es lo que he sentido. Y has logrado que tu relato me afecte en cierta medida. Menos mal que has tenido suerte y que no la has palmado, aunque desgraciadamente, yo no me fuese enterado nunca de tal circunstancia.

Contarte sólamente para terminar, que yo también sufri un accidente, y que es como tu dices, no piensas en nada, simplemente en salvar el culo. Tenía cuatro curros, y no dormia, y cogí la autobía para llegar antes a mi casa y poder descansar, y cual fue mi sorpresa, que oí un golpe lateral... me había quedado dormido y el quitamiedos estaba destrozando el coche.

Menos mal que me serené y no pegué el volantazo, sino, me fuese llebado el coche que venía por mi izquierda. Manteni el volante derecho y seguí dañando el coche mientras frenaba. Mäs vale un coche en ruinas que muchas vidas muertas.

Y me salve, como tú.

Asi que, me alegro mucho que estés aquí, para contarnos lo que te ha pasado, y espero que más de uno aprenda de tus errores.

Un abrazo.

Juan Pablo dijo...

Muchas gracias por tus comentarios. La verdad es que, por desgracia, muchísimos conductores pertenecemos al macabro club de los accidentados. El coche es imprescindible hoy en día para trabajar, por lo que cada vez hay más conductores, y todos tenemos una grandísima responsabilidad. Y es una pena (a la vez que un peligro) que algunos de nosotros, para darnos verdadera cuenta de ello, tengamos que sufrir un accidente; pero así son las cosas.

En tu caso, al menos, te viste obligado por las circunstancias a conducir hecho polvo. En el mío, no había nada que realmente me obligara a conducir deprisa.

En fin, así es la vida: un hilo que la Parca puede cortar en cualquier momento.

Otro abrazo para ti.

Anónimo dijo...

Hola, Archimago,

Suscribo lo que dice Oca. No nos conocemos, pero compartimos muchas cosas, entre ellas aficiones. Y tu relato me ha tenido con el corazón encogido durante toda la lectura.

Felicidades por tu nueva fecha de cumpleaños, y gracias por compartir con todos los que te leemos todo ese cúmulo de sensaciones, pensamientos y conclusiones que te han invadido desde hace apenas cinco horas.

Un abrazo,

Erekibeon.

Juan Pablo dijo...

Gracias Erekibeon. Aunque aún no ha concluido el día, ya he pasado pagina, pero sin olvidar lo que he aprendido de la desagradable experiencia. Escribir sobre ello me ha servido de mucho, y recibir vuestros comentarios también.

Gracias, de corazón.

J.L.Lopez Morales dijo...

Vaya, pues me alegro de que al final todo haya sido un susto.

Por mi trabajo veo accidentes casi a diario, y muchos suceden en esos desplazamientos de pocos kilómetros, y ves gente que lo pierde todo en cuestión de segundos. Esa es la mejor manera de marcarte tus "prioridades" en esta vida.

Ánimo, y un abrazo.

SEXTO NOBLE DE KHARÉ dijo...

Bienvenido de nuevo a a la vida, o a tu nueva vida...

Personalmente, ya hace mucho, mucho tiempo en que tengo muy presente que todo puede acabarse en un instante, y de infinitas maneras. Para mí, para los míos, para todos. No sé muy bien por qué lo interioricé de esta manera (desde luego, no por ninguna experiencia propia, pues la única que viví fue mucho tiempo atrás).

También creo que la mayor parte de la gente nunca o casi nunca piensa en estas cosas, sino que viven prisioneros de sus propios rutinas, sin ser conscientes de todo lo que tienen, y todo lo que pueden perder.

Yo creo que sí soy consciente de estas cosas. Y, aunque para muchos, la mía no sería una situación envidiable, me considero más que feliz y afortunado por todo lo que tengo, en todos los ámbitos.

Así que, Archimago, por el respeto que te tengo aunque no te conozca, feliz retorno.

Juan Pablo dijo...

Gracias por vuestros ánimos.

Es curioso que se produzcan muchos accidentes en trayectos cortos. Supongo que una de las razones es que cuando debemos hacer un trayecto largo, como tenemos que estar expuestos durante más tiempo a la carretera, le tenemos más respeto; en cambio, en un trayecto corto, se pierde este respeto.

Con respecto a la actitud al volante, yo siempre he creído que era una persona responsable y prudente, hasta que me ha pasado esto. Es cierto que siempre me pongo el cinturón y trato de guardar celosamente la distancia de seguridad, pero está visto que tengo que mejorar en otras cosas. Estoy seguro de que si hubiera ido a 50 km/h, habría conseguido evitar el impacto. Nunca hay que confiarse, y aunque parezca mentira, respetar las señales reduce muchísimo la posibilidad de que, en caso de accidente, este sea grave.

Un abrazo a todos.

Agustin 'Britait' Molina dijo...

No nos conocemos de nada pero este relato me dejo sobrecogido.

Para morir lo unico que hace falta es estar vivo, dicen.

Yo hace 4 años casi que me muero en la cama de un hospital en el otro lado del mundo, y desde entonces pienso que vivo tiempo extra que un milagro me concedio. Siempre que puedo agradezco a Dios por haberme sacado de aquel hospital de mala muerte.

Tras salir me pase meses con ataques de panico y me ha quedado una hipocondria bestial, pienso que voy a morirme en cualquier momento cada vez que me duele algo.

En mi caso el miedo acude cuando viajo al extrangero, recuerdo mi mala experiencia, en tu caso sera al ponerte el volante, pero trata de llevarlo como puedas. Sentirse medio tarado despues de algo asi es normal, solo procura llevarlo lo mejor que puedas y con el tiempo desaparecera.

No se que mas decir,,, que agradezcas el seguir aqui y que se lo recuerdes de vez en cuando Al De Arriba como hago yo.

Cuidate, un saludo.

Juan Pablo dijo...

Hola Britait:

Pues es curioso, pero no me ha quedado ninguna secuela psicológica; es más, incluso creo que psicológicamente estoy mejor que antes, más fuerte, aunque parezca increíble. El mismo día del accidente monté en otros dos coches, y hoy he montado en otro más, y no he sentido ningún miedo. Conozco otra gente que ha estado en mi situación y no pudo coger un coche en varios meses. Eso sí, ayer tardé un huevo en dormirme por la noche, estaba aún muy activo y con ganas de correr los 400 metros lisos.

No obstante, lo normal es tener algún desajuste psicológico cuando se vive una experiencia traumática, como te ha ocurrido a ti. Tengo un familiar que padeció agorafobia tras una mala experiencia, y la verdad es que los ataques de pánico son algo chunguísimo.

Yo no soy mucho de creer en fuerzas superiores, pero he de admitir que he tenido una suerte tremenda, y haya sido mi ángel de la guardia o pura casualidad, lo que sí sé es que tengo que aprovechar esta segunda oportunidad.

Gracias por contar tu experiencia; yo también te mando ánimos para que superes esas molestas secuelas.

Juan Pablo dijo...

Hola Britait:

Pues es curioso, pero no me ha quedado ninguna secuela psicológica; es más, incluso creo que psicológicamente estoy mejor que antes, más fuerte, aunque parezca increíble. El mismo día del accidente monté en otros dos coches, y hoy he montado en otro más, y no he sentido ningún miedo. Conozco otra gente que ha estado en mi situación y no pudo coger un coche en varios meses. Eso sí, ayer tardé un huevo en dormirme por la noche, estaba aún muy activo y con ganas de correr los 400 metros lisos.

No obstante, lo normal es tener algún desajuste psicológico cuando se vive una experiencia traumática, como te ha ocurrido a ti. Tengo un familiar que padeció agorafobia tras una mala experiencia, y la verdad es que los ataques de pánico son algo chunguísimo.

Yo no soy mucho de creer en fuerzas superiores, pero he de admitir que he tenido una suerte tremenda, y haya sido mi ángel de la guardia o pura casualidad, lo que sí sé es que tengo que aprovechar esta segunda oportunidad.

Gracias por contar tu experiencia; yo también te mando ánimos para que superes esas molestas secuelas.

Antonio Polo dijo...

La verdad es que me alegro de que todo haya quedado en un susto, Archimago. Conozco la carretera de marras y me imagino lo que ha tenido que ser, y es todo tal como dices: la mayor parte de las veces dos o tres carambolas sin importancia se conjugan en un strike que nos manda al cementerio. De corazón, el mundo no puede permitirse perder historiadores de vocación como tú. La próxima cerveza de cereza te la pago yo...;)

Juan Pablo dijo...

Gracias, Antonio. Seguramente, algún Duende Martín andaría por allí y no le haría gracia que me fuera al otro barrio antes de ver la nueva edición de Aquelarre. Aún me quedan que tomar varias cervezas de cereza más en el Poney Pisador ;-)

Adrián T. Rodríguez dijo...

Ave
Es curioso sentir en la propia carne como la vida y cualquier asunto en ella es tan volátil y precario. Siempre da que pensar tras sufrir un episodio de este tipo.

Yo siempre pienso que la vida es un gran regalo, y que cada segundo es para disfrutarlo –no me refiero a vivir en una juerga absoluta continuamente-. Uno debe disfrutar incluso del aire que respira. Me alegra saber que solo se trató de un mal rato que podrás dejar en el recuerdo y ya está.

Seguro que al menos durante un tiempo saborearás mejor lo que puede ofrecerte la vida y esbozar una sonrisa que solo tú comprenderás.

Juan Pablo dijo...

Gracias por tus palabras, Adrián.

Es cierto, cuando te ocurren cosas como esta, uno le resta mucha importancia a los problemas que cree tener, o que nosotros mismos decidimos tener. Al final el tiempo lo engulle todo y lo empuja al olvido, así que, ¿para qué tanto preocuparse? Lo único importante es intentar ser feliz, y saber cómo puedes llegar a serlo. En mi caso, comulgo con los sofistas: la sabiduría es la que conduce a la felicidad; llenar mi cabeza de conocimientos es lo que le da sentido a mi vida. Pero cada uno tiene que buscar la "dinamis" de su propia felicidad, la fuerza de la que esta se nutre, sea cual sea.