Concluyó el Día Uno en la partida Apocalypsis (de la cual ya jugamos el Preludium), y he aquí el informe de lo acontecido en esta segunda parte de la aventura, ya en Montemolín, tras la introducción que tuvo lugar en el pueblo vecino de Llerena.
A pesar de que esta partida es una especie de mini-sandbox (o, ya que estamos en Aquelarre, llamémoslo Arca Arenae) en el que puede ocurrir de todo, he de decir que, fruto de la bien interpretada aversión de uno de los personajes a las figuras de autoridad, ha ocurrido algo que no esperaba; y además, es algo que habría sido imposible de llevar a cabo en una partida en mesa, y que solo gracias a la magnífica herramienta de Rol por Web que ofrece Comunidad Umbría se ha podido desarrollar de la manera más fluida y correcta que se pueda imaginar. El hecho del que hablo es que uno de los PJ, Ruperto, se separó del resto del grupo, y estuvieron actuando por separado, llevando a cabo acciones que afectaron al devenir de la aventura por ambas partes.
HECHOS
Los viajeros salieron temprano de Llerena para evitar viajar con el calor del que se presumía que iba a ser un día soleado, pero llegando a Montemolín les sorprendió un chaparrón. Antes de eso les extrañó que no se cruzaran con nadie, pues aquel debía ser camino transitado por dirigirse a la sede de la Orden de Santiago, y la visión de una manada de vacas muertas en mitad de un prado no es que mejorara la impresión que les causó el lugar. También tuvo lugar un leve tira y afloja entre Simplicio y Ruperto, por meterse el primero en los asuntos del otro, cosa que, siendo Ruperto tan celoso de sus actividades y de su vida, era de esperar; pero la cosa no fue a más. Se contaron por el camino lo que les aconteció a cada uno la noche del día anterior, y acordaron que era mejor que Roger no vistiera los hábitos de monje que se había agenciado, porque podrían sospechar en el castillo, que esperaría la llegada de unos albañiles. En cuanto a Simplicio, decidieron que quedaría como escolta contratado para protegerles de salteadores en el desplazamiento.
El chaparrón les cogió de improviso mientras acordaban todo esto. Por suerte, avistaron un viejo granero abandonado, en el que decidieron refugiarse hasta que escampara. Sin embargo, cuando llegaron se lo encontraron bien atrancado con tablas, de manera que no podían entrar. Pero Simplicio halló un trozo de tabla medio podrida que consiguió arrancar con la ayuda de Roger, y esta dejó al descubierto un pequeño agujero por el que solo Ruperto podía entrar. Sin embargo, este no encontró la manera de hacerlo sin lastimarse; pero viendo que iban a coger una pulmonía si se quedaban ahí fuera, finalmente accedió a meterse por ahí aun a riesgo de resultar lastimado (lo cual, por desgracia, ocurrió), para buscar la forma de abrir por dentro y que los demás pudieran refugiarse en el interior. Una vez dentro, Ruperto no encontró nada salvo varios montones de grano. De repente, su imaginación le jugó una mala pasada y le pareció ver a un ser sentado en uno de los montones. Después de mearse encima, Ruperto salió disparado hacia el agujero y volvió a lastimarse al querer salir de manera apresurada. Ventura le ayudó tirando de él, y ambos cayeron al suelo manchándose de barro por completo. Entonces Ruperto apremió a sus compañeros para que abandonaran el lugar.
Llenos de barro hasta las trancas, llegaron por fin al pueblo y entraron a la única posada que encontraron. Dentro solo encontraron un matrimonio que regentaba el lugar, que enseguida les ofreció comida, cama y algo para secarse. También había en un rincón una persona con un hábito de monje con una capucha que le cubría todo el rostro, pero se retiró pronto a su habitación. Pedro les contó que un tal Fernando se había hecho cargo del mando en el castillo, y que desde entonces las cosas no iban bien en el pueblo: los antiguos soldados del castillo, expulsados por el anterior señor, se habían dado al bandidaje y atacaban el pueblo, y estaban atravesando una larga época de temporales, malas cosechas y hambruna. Los viajeros pagaron una estancia de una noche y dejaron su ropa sucia a la mujer para que la lavara al día siguiente cuando fuera al arroyo.
Pasaron la tarde los viajeros alrededor del brasero, rumiando un plan para llevar a cabo de la mejor manera la misión de espionaje que les encomendó Orduño. En cuanto escampó, ya secos, decidieron salir a dar una vuelta para ver si averiguaban algo más antes de ir al castillo.
Estando junto a la iglesia vieron bajar a un grupo por la colina del castillo. Al mismo tiempo, por casualidad, salió de la iglesia el sacristán, que apenas reparó en los viajeros, pero al ver a los soldados bajar corrió de vuelta a la iglesia y cerró con llave. Esto causó la repentina huida de Ruperto, que se ve que debe tener algún problema con los soldados y guardias en general (dado que le ocurrió lo mismo en Llerena). Mientras este corría a esconderse en algún lugar del pueblo, los otros tres aguardaron la llegada de los soldados.
En un principio, los soldados confundieron a los viajeros con bandidos, ya que dos de ellos portaban armas. Estos arrojaron las armas al suelo para demostrarles que no eran bandidos, pero solo cuando Ventura mostró la misiva de Orduño, los soldados dejaron de apuntarles con sus ballestas y los acompañaron al castillo. Ruperto se acercó para ver lo que pasaba, y creyó que sus compañeros marchaban prisioneros.
Al llegar al castillo, el que parecía el jefe, Lobo, llamó a don Pedro, un caballero de Santiago que los tenía contratados. Este se mostró muy cauto, incluso después de leer la misiva de la Orden, pero Ventura acabó convenciéndole de que eran los albañiles que esperaban para reparar la muralla sin nombrar a Orduño. Además, le pidió permiso para regresar al pueblo y recoger las cosas que habían dejado en la posada, permiso que fue concedido por el caballero, que mandó a Lobo y los demás acompañarles y terminar el trabajo que les había encargado.
Mientras tanto, Ruperto, preocupado por sus compañeros, indagó sobre los soldados. Habló con el sacristán de la iglesia que habían visto antes, y este, desde el otro lado de la puerta, le dijo que sus amigos estaban perdidos si habían caído en manos de los soldados; por lo cual, Ruperto, al ver de nuevo bajar gente del castillo, volvió a esconderse.
Bajando por la colina, trataron los viajeros de ganarse la confianza de los soldados, pero estos se mostraban hoscos con ellos. Simplicio y Ventura se dieron cuenta de la presencia de Ruperto, que había ido a ocultarse tras una casa cercana a la posada. Lo vieron porque salió en el momento menos oportuno, pero, por suerte, ninguno de los soldados se dio cuenta.
Los viajeros se enteraron de cuáles eran los planes de los soldados cuando llegaron a la posada: querían desvalijar al pobre posadero. Entraron de forma violenta, dando una patada a la puerta. Desde la lejanía, Ruperto pensó que le estaban buscando a él. Los viajeros se quedaron fuera, sin saber cómo reaccionar, y Lobo les apremió a entrar. Sin embargo, él mismo lo hizo antes, al escuchar la voz de alguien que era conocido para él dentro de la posada. Los tres viajeros le siguieron y no pudieron ver que Ruperto se les acercaba por detrás. Este volvió a esconderse, ahora en la parte trasera de la posada. En el interior, vieron cómo un caballero de Santiago viejo y borracho hacía frente a tres de los soldados, ordenándoles que dejaran en paz al posadero y a su mujer. Lobo intentó hacerle ver que era una orden de don Pedro, pero el caballero se negó en redondo y les amenazó, así que Lobo y los demás soldados no tuvieron más remedio que irse. Los viajeros recogieron sus ropas e hicieron lo mismo. De regreso al castillo, fueron seguidos por Ruperto, y al notar esto Ventura, se le ocurrió algo para hacerle saber a su compañero que estaban bien y que podía dirigirse al castillo sin temor: gritó para que le oyera en la distancia, fingiendo sordera, preguntándole a un soldado cuándo podía comunicar a su superior que otro hombre de su cuadrilla estaba aún por llegar. Ruperto lo oyó y se quedó más tranquilo al saber que ni Ventura ni los demás corrían peligro, pero aún no estaba seguro de que él mismo pudiera aparecer por el castillo sin que le apresaran o lo maltrataran de alguna forma.
Así que Ruperto volvió a la posada para interrogar al posadero y asegurarse. Una vez allí, se encontró con el caballero que antes se había enfrentado con los soldados, que bebía vino sin parar en una mesa. El posadero se mostró mucho más cauto que antes, ya que antes sus compañeros habían venido acompañando a los soldados que habían estado a punto de desvalijarle, pero entendió que Ruperto no era una amenaza para él. Le explicó que no sabía lo que había pasado, y le sugirió que, si iba a entrar en el castillo, lo hiciera en compañía de don Xurxo, el caballero que les había defendido, ya que este debería regresar a su torre. Ruperto logró entablar conversación con él y, aprovechando que estaba en un punto de la borrachera en el que podía ser algo sugestionable, lo convenció de que debía regresar al castillo y lo acompañó.
Mientras tanto, Ventura y los demás regresaron al castillo. Lobo les dio instrucciones y les dijo que buscaran a Sancho el cocinero y a José el herrero, y que no se acercaran a los aposentos del comendador ni a su torre. Esperando que Lobo le comunicara a don Pedro que Ruperto llegaría de un momento a otro, fueron a la zona de los criados y preguntaron por Sancho el cocinero. Este ya estaba avisado y les mostró su habitación, y les indicó que cenarían pronto. El grupo aprovechó la espera para pasearse por el castillo y familirizarse con él, y entonces conocieron a Esteban, un soldado bastante peculiar, ya que se mostró bastante más cordial que los demás y dio muestras de buena educación. Les puso al corriente de los entrenamientos que se llevan a cabo por las mañanas, e invitó a Simplicio a participar en ellos. También les habló de la buena relación entre Sancho el cocinero y José el Herrero, y habló mal de Aurelio el cazador, con quien no se lleva nada bien. Les explicó además que los dos caballeros de Santiago están al servicio de don Fernando, señor del castillo en ausencia de su padre, que permanece encerrado en su torre. Por último, les animó a acercarse al arroyo, donde una tal Genoveva regenta una mancebía, y que le dijeran a esta que iban de su parte si se decidían a ir por allí. Después de esto, se despidieron de Esteban y se fueron a cenar.
Poco después llegaron al castillo Ruperto y don Xurxo. El caballero iba con la idea de atrapar a un gigante (había malinterpretado una descripción que Ruperto le dio de Simplicio), y no permitió que nadie le separara de Ruperto. Ni Fuco ni Fabricio (compañeros de Lobo) pudieron conseguir que Ruperto se identificara, y no les quedó más remedio que obedecer a don Xurxo y dejarles en paz. Don Xurxo y Ruperto llegaron a la torre donde vivía el caballero, y una vez allí el este se quedó dormido por la borrachera, momento que Ruperto aprovechó para investigar. Subió primero hasta la parte más alta, y desde allí divisó todo el castillo, pero no vio a sus compañeros. Después optó por bajar por una trampilla que daba a unas escaleras que se perdían en la oscuridad, apoyándose en la débil llama de su yesquero. Vio una reja que conducía al exterior, custodiada por un guardia, pero los escalones seguian descendiendo. Entonces llegó a unos calabozos con puertas que tenían una abertura en su parte inferior. Escuchó una letanía en la celda del fondo. Enseguida se le vino a la cabeza el episodio del granero, con aquella espantosa presencia que le había aterrorizado; pero consiguió mantenerse firme para comprobar si se encontraban allí sus compañeros. En lugar de ellos, halló allí encerrado a alguien inesperado, un reo que le pidió comida y agua, cosa que le concedió Ruperto. Tras comer, el reo, sospechando que Ruperto era una persona ajena al castillo, le confesó que era Mateo Téllez, hijo del comendador, encerrado allí por su hermano Fernando, que se había hecho cargo del castillo cuando su padre se encerró en su torre. Le contó que él y su hermano se querían, pero que desde que se había hecho con el mando había cambiado por completo, sospechaba de todo y de todos y especialmente de él, que, enfadado con su padre por haber ahorcado a su madre, decidió marcharse del castillo en compañía de su mentor, el padre Guillermo Buendía, para ingresar en la Orden de Santiago como caballero. Esto lo tomó Fernando como una señal de que pensaba arrebatarle el poder y lo encerró en las mazmorras, aunque el padre Guillermo logró escapar. Ahora su única esperanza residía en Ruperto, al que entregó su anillo pasándoselo por la abertura de la puerta y le pidió que encontrara a su padre y le dijera que estaba encerrado, ya que estaba seguro de que ni lo sabía ni lo aprobaría. Mostrándole el anillo sabría que Ruperto era un enviado de su hijo. Ruperto se despidió de él y Mateo se quedó tranquilo pensando que era alguien enviado por la orden de Santiago para investigar. Por último, después de esta sorpresa, y viendo que no había más salidas de la torre excepto la reja custodiada, Ruperto volvió a la habitación de don Xurxo.
A la vez que todo esto le sucedía a Ruperto, sus compañeros se encontraban cenando en las cámaras de los sirvientes. Sancho los presentó al resto de los criados y les dijo que debían ponerse a su disposición si necesitaban manos para reparar la muralla. Un mozo de cuadras llamado Alberto quiso mostrarse simpático con los recién llegados y les preguntó si la reparación incluiría la torre vigía, ya que nadie quería acercarse a ella por encontrarse maldita: tres personas habían muerto tirándose de ella en los últimos meses. De pronto, José el herrero reprendió duramente al muchacho y se marchó hecho una furia; Sancho también le regañó, y Alberto no volvió a decir nada. Pero, ante la insistencia de Ventura, Sancho explicó la historia de esa torre, para que estuvieran bien prevenidos. Uno de los que cayó por ella fue Álvaro, ahijado de José el herrero, y de ahí su enfado. Álvaro trabajaba como soldado, pero era querido por todos. Cayó junto con una amiga suya de nombre Zoraya, que se ganó buena fama como curandera en el pueblo pero la echó a perder cuando se unió al burdel de Genoveva (del cual ya les había hablado Esteban, el soldado). Antes de ellos hubo otro soldado que también cayó de la torre, llamado Santiago, pero al parecer se le tenía en la misma consideración que los demás soldados, pues cuando Roger dijo de tenerle presente en sus oraciones, un joven criado mostró su desprecio hacia él. Concluida la cena, Ventura le preguntó a Alberto si saldría a conversar con él por el castillo, pero este se excusó diciendo que esa noche no podía. Después, otra de las hijas de Sancho, una muchacha muy joven (a la primera la habían conocido anteriormente en la habitación), le pidió permiso para retirarse antes, cosa que hizo. El propio Sancho hizo lo mismo poco después, no sin antes ofrecerse a Ventura y su cuadrilla para el trabajo que debían realizar. Concluida ya la cena, el grupo decidió salir a investigar algo más, y a intentar averiguar dónde se había metido Ruperto.
Fueron en primer lugar a la zona de la muralla que debían reparar. La zona estaba abandonada y mal vigilada por la cercanía de la torre vigía, la cual evitaban los guardias, por lo que pensaron que sería un buen punto de reunión. Vieron además que había unos boquetes bastante grandes en la muralla, por donde podría caber una persona, y a los que se llegaban fácilmente trepando por el techo de una pesebrera adosada. Allí acordaron ir en busca de Ruperto, el cual pensaban que se encontraba en la posada, con la excusa de que debían reclamar al posadero el dinero que habían pagado por pasar allí la noche. Sin embargo, Fuco, que en ese momento era el encargado de la vigilancia de la puerta, ni siquiera les dejó hablar, ya que les describió a Ruperto y les preguntó si era la persona que estaban esperando. El grupo contestó que sí, y entonces Fuco les dijo que había llegado hacía poco junto con el don Xurxo (el caballero de Santiago que se enfrentó a los soldados en la posada) y ambos se habían metido en la torre del caballero. Quisieron ir a la torre para avisar a Ruperto, pero entonces a Fuco cayó en algo... y es que don Xurxo seguramente estaría durmiendo la borrachera, y entonces Ruperto podría hacer lo que quisiera dentro de la torre, incluso bajar y liberar al prisionero. Rápidamente, Fuco les ordenó a los tres que le acompañaran a la torre.
En ese momento, Ruperto se preguntaba cómo podría salir de allí. Miró por el ojo de la cerradura y solo vio un resplandor lejano en una zona del adarve. Comprendiendo que si salía se arriesgaría a ser apresado por los soldados (y, de hecho, el resplandor provenía de una antorcha sostenida por Fabricio, el soldado que le había ayudado a llevar a don Xurxo a su torre), no se le ocurrió otra cosa que salir por la estrecha ventana que daba a la zona norte del castillo. Buscó en la habitación, y al abrir el arcón halló unas sábanas, las cuales rasgó y ató formando una improvisada cuerda. Acto seguido, la ató al pesado arcón y se dispuso a descender por el exterior de la torre. De un salto llegó al tejado de las cámaras de los sirvientes. Se hizo daño en un costado, pero por suerte el sonido del golpe no alertó a nadie.
Mientras tanto, Fuco y el grupo llegaba a la torre de don Xurxo. Fuco le dijo a Fabricio, que hacía guardia allí a la espera de que saliera Ruperto, que avisara a los hombres de don Xurxo. Entretanto, ordenó a los tres viajeros que llamaran a su compañero. Se dirigieron a la torre y lo hicieron, pero nadie contestaba. Llegaron entonces dos de los hombres de don Xurxo. A uno, Fuco le indicó que fuera a comprobar si el prisionero seguía en las mazmorras; al otro lo dejó solo vigilando a los tres hombres, que estaban armados mientras él iba a avisar a Lobo y a don Pedro. Una muy mala decisión de Fuco, pero no fue aprovechada por el grupo: Simplicio trató de hablar con el soldado, y le puso algo nervioso al hacerle ver que lo habían dejado solo, pero este se negó a decir nada y se limitó a vigilarlos hasta que regresó Fuco con Lobo, don Pedro y más soldados. Don Pedro cogió un buen cabreo por la ineptitud de los hombres de don Xurxo, pues deberían haber echado la puerta abajo para comprobar si el caballero estaba a salvo, en lugar de temer su ira por irrumpir en su torre. El mismo son Pedro dio unos buenos golpetazos en la puerta, con el mismo resultado que cuando lo hizo Ventura.
Ruperto oyó los golpes procedentes de la torre y supo que le estaban buscando. Rápidamente, bajó del tejado e ingresó en el edificio, y se dio cuenta de que era allí donde descansaban los criados, y seguramente sería el lugar donde debían encontrarse sus compañeros. Halló su habitación, pues reconoció las ropas sucias que habían recogido de la posada, pero ellos no estaban allí. Dio la vuelta y pegó la oreja a la puerta que daba al exterior; así oyó a dos soldados que andaban buscándolo, y no pudo hacer otra cosa que volver a la habitación de sus compañeros y esconderse entre las ropas.
Mientras Ruperto entraba en la cámara de los sirvientes, Fuco conseguía echar abajo la puerta de la torre con la ayuda de un hacha. Don Pedro entró y vio a don Xurxo profundamente dormido. Vio además las sábanas atadas a modo de cuerda y entonces dio la alarma. Mandó a Lobo que encerrara a Ventura y los demás en las mazmorras mientras buscaban al cuarto. Una vez encerrados, Lobo mandó a Fuco que les vigilara, pero de nuevo el soldado portugués dio muestras de su poca cabeza al dejarlos solos, momento que aprovechó Mateo para contar a los prisioneros lo mismo que poco antes le había contado a Ruperto.
Uno de los soldados entró en el edificio de los sirvientes y finalmente encontró a Ruperto. Avisaron a Lobo y a los demás soldados, que se burlaron de Ruperto, y al poco llegó don Pedro en compañía de don Fernando Téllez, que conminó a Ruperto a hablar o mirir en la horca. Ruperto se defendió como pudo, pero su caso tenía mala salida. Entonces don Pedro hizo gala de su astucia al preguntarle a Ruperto quién les había contratado. Era una pregunta que ya había formulado a Ventura, y no había quedado muy satisfecho con su respuesta ya que Ventura le dijo que no conocía al contratador puesto que había sido un intermediario el que les había contratado. Si Ruperto contestaba lo mismo, sabría que era el hombre que estaban esperando, pero esperaba que por su situación apurada le diera el nombre que Ventura no le había dado. Sin embargo, Ruperto salió de aquella encerrona diciendo que él no había estado presente cuando contrataron a la cuadrilla, y además alegó en su defensa que se había limitado a obedecer a don Xurxo, al que se le había ido la cabeza con la borrachera. A pesar de lo ingenioso de la respuesta, don Pedro no las tenía todas consigo, y mandó traer a los compañeros de Ruperto.
Así pues, al grupo apenas le dio tiempo a escuchar la historia de Mateo, porque acto seguido Lobo volvió a por ellos, y los condujo al exterior, donde encontraron reunidos a todos los soldados, a don Pedro y a don Fernando, y por fin vieron a Ruperto, que estaba custodiado por uno de los soldados. Don Pedro se marcó un farol diciéndoles que Ruperto ya lo había confesado todo, pero ninguno de ellos cayó en la trampa. Entonces don Pedro le dijo a don Fernando que, puesto que a pesar de las trampas no habían confesado, tendrían que reconocer que todo el jaleo se había formado por culpa de don Xurxo y sus borracheras, pero don Fernando, aún receloso, no quedó satisfecho. Mandó encerrar de nuevo a los cuatro hasta que se aclarara el asunto, pero no quería encerrarlos en el mismo lugar que su hermano, así que don Pedro le propuso llevarlo a su torre y vigilarlo él mismo. Don Fernando mostró su acuerdo, y entonces sacaron a Mateo de su celda. Apenas Mateo cruzó la mirada con su hermano y pronunció su nombre, Fernando mostró una expresión de odio hacia él y, con gran frialdad, ordenó con un gesto que se lo llevaran.
Los cuatro viajeros terminaron el día encerrados en los calabozos, preguntándose si alguna vez los sacarían de allí.
DRAMATIS PERSONAE
Secundarios por orden de aparición
Pedro el posadero
Regenta la única posada del pueblo junto con su mujer. Les puso al corriente a los viajeros de la situación del castillo, a pesar de la oposición de su mujer. Poco después recibió la visita de los hombres de don Pedro, que pretendían quitarle todas sus ganancias, pero don Xurxo lo impidió a pesar de estar borracho. Aconsejó a Ruperto acompañar a don Xurxo al castillo para poder entrar sin que los soldados le maltrataran.
Mujer de Pedro
Una mujer con mucho genio, muy celosa de su casa y su marido, pero con poca visión para los negocios. Tuvo una pequeña discusión con Ventura.
Sacristán
Por su comportamiento parecía estar algo loco, dado que se encerró en la iglesia nada más ver a los guardias bajar del castillo, y luego le dijo a Ruperto que sus amigos estaban perdidos si habían caído en manos de los soldados.
Lobo
El hombre de confianza de don Pedro. Tan cercano, sobre todo con los suyos, como bruto y precavido. Todo un perro viejo que resulta bastante difícil de engañar. Se amedrentó cuando fue a desvalijar al posadero y se encontró con la oposición de don Xurxo.
Fuco
El más cercano a Lobo es un soldado portugués algo tarugo y no muy despabilado, aunque tiene una fuerza tremenda y sus numerosas cicatrices indican que es mejor no entablar combate con él. Dejó solo al un soldado vigilando a Ventura, Roger y Simplicio, y luego los dejó solos en las mazmorras, haciendo posible que Mateo les contara su historia.
Fabricio
Compañero de Lobo. Le acompañó a la posada junto con los viajeros. Estuvo presente cuando llegó Ruperto con don Xurxo, y al intentar ayudar al caballero, este se lo quitó de encima de un fuerte empujón. Al no lograr que Ruperto se identificara, lo estuvo esperando cerca de la torre de don Xurxo. Luego corrió a avisar a los demás soldados cuando Fuco se olió el peligro.
Compañero de Lobo
Un soldado poco hablador y con malas pulgas. Ventura le gritó para que Ruperto lo oyera.
Soldado de la puerta
Estaba de guardia en la puerta del castillo cuando llegaron los viajeros acompañados de Lobo y su banda. Bastante sádico y sediento de sangre, lo cual se pudo ver en su alegría ante la psibilidad de asistir a un ahorcamiento.
Don Pedro de Soto
Uno de los dos caballeros llamados por Fernando para defender el castillo. Muy desconfiado y siempre correcto en el trato y en la manera de actuar, don Pedro es el principal apoyo de Fernando. Ventura le entregó la carta escrita por Orduño. Posteriormente intervino mandando encerrar en el calabozo a los tres viajeros mientras buscaban a Ruperto, y trató de hacerles confesar a todos un hipotético plan oculto, pero no lo consiguió. Mandó trasladar a Mateo a su torre.
Don Xurxo Estebáñez
Es un viejo caballero gallego, demasiado aficionado al vino. Parece que le gusta hablar de fantasías y leyendas, al menos cuando está borracho. A pesar de todo es temido y respetado por los soldados, aunque Fernando no demuestra tenerle mucho aprecio. Impidió que Lobo y los demás desvalijaran al posadero, a pesar de estar borracho. Ruperto entró en el castillo acompañándole, y se ocultó en su torre con la excusa de que don Xurxo, en su borrachera, requería su presencia pensando que tenían la misión de encontrar a un gigante (debido a una confusión cuando Ruperto le describió a Simplicio). Acabó por dormirse en su cama y no se enteró de nada.
Sancho el cocinero
Un hombre serio, encargado del servicio en el castillo tras la muerte del mayordomo. Se muestra sobreprotector con sus hijas, y solo ha mostrado algún acercamiento con José el herrero. Actúa como si fuera un patriarca que detenta el poder moral entre los criados. Reprendió a Alberto, mozo de cuadras, por contar la historia de la torre maldita a los recién llegados y en presencia de osé el herrero, pero al final, ante la insistencia de estos, la contó él mismo.
Hija de Sancho
Una de ellas, ya que al menos tiene dos. Esta es muy modosita y bastante obediente.
Esteban
Un soldado más simpático de lo normal, contratado por el propio Fernando. Entabló conversacion con Ventura y compañía, y se mostró muy cordial e interesado en la obra que se supone que deben llevar a cabo en la muralla. Invitó a Simplicio a participar en el entrenamiento de los soldados por la mañana. No se lleva muy bien con Aurelio el cazador, por lo que contó.
Alberto, mozo de cuadras
Quiso mostrarse simpático con los recién llegados contándoles la historia de la torre maldita, pero fue duramente reprendido por José el herrero y Sancho el cocinero. Después, Ventura le propuso dar un paseo y conversar, pero él se negó diciendo que esa noche no podía ser.
José el herrero
El hombre con el que debe hablar la compañía en lo que toca a la reparación de la muralla, ya que puede prestarles ayuda y herramientas útiles para el trabajo que han de hacer. Mostró tener muy mal genio y ser bastante impulsivo cuando reprendió duramente a Alberto por contar la historia de la torre maldita, y es que su ahijado, Álvaro, fue una de las personas que murió al caer de la torre. Curiosamente, no tiene físico de herrero, y más parece que es su amigo Sancho el que podría dedicarse a la forja.
Criado
Un joven criado que mostró su animadversión por el difunto soldado de nombre Santiago, que fue el primero en morir al precipitarse desde la torre vigía.
Soldado de don Xurxo
Fuco lo dejó solo vigilando a tres hombres armados. Luego, don Pedro le recriminó no haber actuado con decisión echando abajo la puerta de la torre para comprobar si don Xurxo estaba bien.
Don Fernando Téllez
El hijo del comendador está completamente paranoico, y lo que hizo Ruperto fue ya el colmo para él: enseguida pensó que todo era un plan para liberar a su hermano. Solo quedó satisfecho cuando don Pedro, su mano derecha, le propuso encerrar de nuevo al grupo hasta que pudieran averiguar algo más sobre lo sucedido y que él mismo se encargara de la vigilancia de Mateo.
Don Mateo Téllez
Mateo ha vivido una desgracia tras otra en muy poco tiempo: el adulterio cometido por su madre, que era para él la persona mas importante de su vida, su muerte en la horca por orden de su padre, y el odio de su hermano a quien tanto quería, que acabó encerrándolo en las mazmorras, donde ha permanecido durante meses. Se pasaba el tiempo rezando, hasta que sus plegarias fueron escuchadas y apareció Ruperto, al cual le contó todo lo que le había ocurrido y le dio su anillo para que que le llevara un mensaje a su padre. Poco después compartió calabozo con otros desconocidos a los que también contó su historia, pues nada tenía que perder. Su hermano mandó sacarlo y llevarlo a la torre de don Pedro, que lo vigilaría personalmente. Todo el mundo pudo ver el odio que le tiene su hermano Fernando cuando salió al exterior y se cruzaron sus miradas. Hasta ahora su única esperanza era que el padre Guillermo Buendía, su mentor, hubiera sobrevivido, pero ahora ha depositado sus esperanzas en Ruperto.
INFORMACIÓN RECABADA
Zonas de Montemolín
- Pueblo: situado entre dos colinas. Consta de varias casas con una iglesia y una posada.
- Castillo: sobre una colina al oeste.
- Bosque: en la colina situada al este, es donde se esconden los bandidos.
- Arroyo: cerca hay una mancebía regentada por una tal Genoveva.
Situación del castillo
- El mando del castillo lo detenta Fernando, hijo de Juan Téllez, el comendador. Fernando ha obtenido la ayuda de don Pedro de Soto y don Xurxo Estebáñez, caballeros de Santiago, junto con sus hombres de armas, para la defensa del castillo.
- Juan Téllez permanece encerrado en la torre del homenaje desde que ahorcó a su esposa por adúltera, junto con su mayordomo.
- Los soldados antiguamente contratados por el comendador son ahora bandidos que se ocultan en el monte y atacan el pueblo de vez en cuando. Al frente de ellos está un tal Lorenzo Espadas.
- Fernando mantiene encerrado a su hermano Mateo, acusado de intentar usurparle el poder en el castillo. Según Mateo, no se atreve a matarlo porque de esa manera la orden de Santiago podría privarle del derecho a convertirse en el nuevo comendador de Montemolín.
- La torre vigía se considera maldita por haber caído desde ella tres personas en los últimos meses: Álvaro, un soldado que era querido por el servicio, Santiago, otro que no tanto, y Zoraya, amiga del primero y curandera que se había echado a perder al frecuentar la mancebía de Genoveva.
- La parte de la muralla que está derruida tiene unos boquetes por donde sería posible que pasara una persona.
1 comentario:
Espero expectAnte más relatos de esta aventura, muy interesante.
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