Cuando uno acude a las fuentes históricas para documentarse acerca de cualquier hecho, lo primero que debe tener en cuenta es que la Historia la escriben los vencedores, lo cual significa que hay que bucear entre un inmenso mar de mentiras y exageraciones para eliminar la morralla e identificar todos aquellos datos falsos o contradictorios que siempre contribuyen al enaltecimiento del bando vencedor y al desprestigio de los vencidos.
Entre los numerosos ejemplos de esta total falta de objetividad de las fuentes, el de los romanos es uno de los más notables. De todos es conocida la habilidad de Julio César como escritor para hacerse propaganda. Recursos que hoy nos pueden parecer tan simples como hablar de sí mismo en tercera persona (lo cual daba una imagen de gran reputación) y elogiar a los enemigos que iba derrotando aunque no fueran más que una banda de guerrilleros ocultos entre los bosques, dando con ello más valor a sus victorias, son los que han hecho que aún hoy, dos mil años después, su figura sea una de las más conocidas -y mejor valoradas- de la historia de la humanidad (aunque sus asesinos también contribuyeron a ello; quién sabe si hoy día sería tan conocido si no hubiera sido asesinado).
Pero el caso que más me llama la atención es el de Lucio Sergio Catilina, un hombre que, por lo que Cicerón y Salustio escribieron sobre él, ha pasado a la historia como uno de los personajes más despreciables de todos los tiempos. Sin embargo, Cicerón era su enemigo declarado, y Salustio tenía cierto interés en retratarlo como un hombre despiadado y sin escrúpulos. Así que, ¿hasta qué punto podemos fiarnos de su testimonio?
Lo que cuentan los vencedores
Catilina fue un político de ascendencia noble que se alineó en el bando de los populares (de ideas que hoy consideraríamos izquierdistas, frente a los optimates, que eran conservadores). Su bisabuelo se había distinguido durante la Segunda Guerra Púnica (la de Aníbal y Escipión), pero sus antepasados más recientes no habían gozado de fortuna social ni económica. Él mismo destacó como tribuno de las tropas auxiliares durante la Guerra Social, y más tarde apoyó a Sila en la Guerra Civil, y durante su dictadura fue cuestor.
Salustio nos cuenta que Catilina concibió el deseo de seguir los pasos de Sila y hacerse con el poder del Estado como dictador. Nos lo retrata como un ser en el que confluyen todos los vicios y la depravación de la decadente sociedad tardorrepublicana: violó a una virgen Vestal, mató a su propio hijo para dar cabida en su casa a su amante, y se procuró una caterva de malvados de la peor calaña: perjuros, falsificadores, jóvenes corruptos y veteranos arruinados, con cuya ayuda pretendía destruir la República; a lo cual añade Cicerón que no hubo ningún delito en Roma en el que no hubiese participado Catilina durante sus últimos años. Más tarde, Plutarco añade otros detalles mucho más cuestionables, como que cometió incesto con su propia hija, que asesinó a su propio hermano y que participó en un ritual con los otros conjurados en el que, para dar mayor consistencia a la conjura, mataron a un hombre y lo devoraron.
Lo cierto es que Catilina atraía a la gente por su conocida política de condonación de deudas, que había de ser bastante beneficiosa tanto para el pueblo como para algunos miembros del senado y la caballería que veían peligrar su estatus social (ya que este dependía directamente del dinero que tenían, el cual se conocía mediante el censo). Así pues, pronto se vio apoyado por personajes poderosos descontentos por la mala situación económica del momento, que les había salpicado. Además, los antiguos militares leales a Sila le siguieron a él, pues le veían como su sucesor. Sin embargo, perdió las elecciones a cónsul varias veces (una de ellas frente a Cicerón), y con ello se agotaron sus cauces legales para hacerse con el poder.
Concentró su revolución en Etruria, región donde había mayor descontento entre los pobres y los militares. En Capua provocó una revuelta de esclavos, consiguiendo que más gente se uniera a su causa. Su plan era asesinar a los cónsules y a determinados senadores, provocar incendios y marchar hacia Roma liderando el ejército que había reunido, donde esperaba ser proclamado dictador.
El plan lo debían iniciar dos de sus secuaces acudiendo a casa de Cicerón para asesinarle, bajo el pretexto de una visita. Pero esto nunca se produjo, ya que Cicerón, muy listo él, tenía un topo que le informaba de todos los movimientos de los conjurados: el senador Quinto Curio.
Descubierto el complot, Catilina acude a la reunión del senado para guardar las apariencias, pero allí mismo es duramente reprimido por su adversario Cicerón, que revela al senado toda la información que ha recabado sobre la conjuración por medio de sus espías, y se marca varias bravatas, como que ni él ni sus compinches mueven un dedo en la ciudad sin que él lo sepa, y que siendo cónsul podría condenarlo a muerte cuando quisiera, pero que prefería mandarlo al exilio para que se llevara con él a toda su chusma; lo que no dijo es que si le tocara un pelo, lo más probable es que la plebe, que estaba del lado de Catilina, se le echaría encima por muy cónsul que fuera.
Catilina, a continuación, se muestra irónico diciendo que, si su plan fuera destruir la República, no tendría que mover un dedo, pues Cicerón ya se estaba encargando de hacerlo con las medidas que estaba tomando. Tras su intervención fue abucheado por todo el senado y salió de Roma para reunirse con su ejército.
Algunos de los conjurados se quedan en Roma, y contactan con una embajada de la tribu gala de los alóbroges. Intentan atraer a este pueblo a su causa, engrosando así el ejército de Catilina. Para convencerles les revelaron todos los detalles de la conjura, detallando nombres, fechas, planes y lugares; pero los embajadores decidieron sacar provecho la jugosa información que tenían y le fueron con el cuento a Cicerón. Además, le entregaron cinco cartas que habían pedido a los conjurados explicando todos los planes con el pretexto de presentar a su pueblo pruebas fehacientes de los beneficios que obtendrían al unirse a los conspirados. Así pues, Cicerón se hizo con las cartas, que eran una prueba definitiva de que existía una conspiración, y los conjurados que estaban en Roma fueron descubiertos y ajusticiados.
Antes de eso, Cicerón, con un discurso dirigido al pueblo de Roma, se mete al vulgo en el bolsillo y así impide que protesten por la ejecución de los conjurados. Catilina es declarado enemigo público y el senado manda dos legiones contra él. Tras vanos intentos de huida hacia la Galia, finalmente Catilina se ve forzado a entablar batalla, y finalmente muere en combate. Se cuenta que todos los soldados de Catilina murieron de heridas frontales, lo cual da una idea de su bravura, y que el propio cadáver de Catilina fue encontrado muy adelantado a sus propias líneas, rodeado de los cuerpos de sus enemigos a los que él mismo había abatido. Más tarde, el historiador Floro escribiría: "¡Qué muerte tan hermosa, si hubiera sido por la patria!"
¿Conjuración de Catilina?
Como dijimos al principio, sabemos que tanto Cicerón como Salustio, que escribieron sobre Catilina, tenían poderosas razones para dejarle en mal lugar. Cicerón porque era su rival (puede que esta rivalidad naciera del episodio de Catilina con la vestal, que era cuñada de Cicerón), y Salustio porque quería limpiar la imagen del partido popular (al que pertenecía Catilina) y sobre todo la de Julio César, del que era partidario y del que se rumoreaba que habría podido participar en la conjuración de Catilina pero solo observó cómo evolucionaba desde la distancia porque le pareció demasiado arriesgada; de hecho, incluso se hizo cargo de la defensa de los conspirados que fueron ajusticiados. Lo cierto es que César necesitaba de una defensa como la que le dedicó Salustio en su obra, porque si lo comparamos con Catilina, los dos tenían las mismas pretensiones (convertirse en dictador) e hicieron lo mismo para conseguir lo que se proponían.
Sin embargo, en su afán por ensuciar la memoria de Catilina, ambos escritores incurrieron en repetidas fabulaciones que se descubren cuando se comparan sus obras, puesto que se contradicen entre ellos. Sin entrar en exceso en estas contradicciones, veremos que detrás de ellas se esconde un interés especial por ponerle la zancadilla continuamente a la carrera política de Catilina.
Para empezar, quiero decir que Catilina tampoco es que fuera un angelito; seguramente sería un individuo ambicioso, inteligente y con mucho carisma, y que haría cosas poco legales para conseguir sus propósitos, pero de ahí al monstruo depravado que Salustio y Cicerón pretenden hacernos ver que fue, seguramente habrá mucha diferencia.
Cicerón vio en él un durísimo adversario de cara a conseguir el consulado. Catilina se metió en el bolsillo a la inmensa mayoría de la población gracias a sus ideas revolucionarias, pero por suerte para Cicerón, era el senado el que debía elegir a los cónsules, así que solo tenía que iniciar una campaña de desprestigio contra él de cara a las elecciones. De hecho, cuando uno lee sus Catilinarias (sus discursos en contra de Catilina), se ve claramente que, más que actuar como una especie de fiscal denunciando sus delitos, más bien parece que simplemente quiere dejarle en mal lugar delante del senado. Le acusa constantemente de querer cargarse la República, pero no presenta ni una sola prueba contra él; lo único que hace es insistir una y otra vez en que está rodeado de los individuos más despreciables para la sociedad romana: envenenadores, gladiadores, bandidos, asesinos, parricidas, falsificadores de testamentos, estafadores, juerguistas, disipadores, adúlteros, prostitutas y libertinos.
Sin embargo, si observamos la carrera política de Catilina, se observa que inicialmente, como tantos otros jóvenes, trató de medrar siguiendo el cursus honorum, obteniendo cargos cada vez más importantes de manera totalmente legal. Obviamente, igual que hoy día, los sobornos y los amiguismos tienen mucho que ver en los nombramientos de los cargos, y Catilina pudo usar estos métodos, pero es que raro era el político que no los usaba.
En el año 68 a.C. se hizo con el cargo de pretor y recibió el gobierno de la provincia romana de África. A su vuelta, en el 65 a.C., presentó su candidatura cónsul, pero mire usted qué casualidad, justo entonces llega una delegación de África quejándose de robos y otros crímines cometidos allí por Catilina durante los años que fue pretor; por esta razón, recibió presiones para retirar su candidatura, cosa que finalmente hizo.
Al año siguiente tampoco pudo presentar su candidatura, ya que fue llevado a juicio por la delegación africana; juicio que ganó, pero al prolongarse este hasta después de las elecciones, no pudo optar al consulado.
Pero Catilina no se desanimó, y al año siguiente (año en el que perdería frente a Cicerón) volvió a presentarse como candidato. Fue entonces cuando se ganó más adeptos con sus ideas a favor de la gente más castigada por las deudas. Este se reunió con sus partidarios más importantes, gente del orden ecuestre, y les comunicó su intención de aplicar su programa una vez que fuera elegido cónsul. Ese año su posición era bastante buena: él y Cayo Antonio eran los favoritos para las elecciones, mientras que, de la lista de siete candidatos, solo Cicerón se le acercaba, aunque las posibilidades de este eran escasas debido a su condición de homo novus (plebeyo, frente a los patricios, descendientes de linajes nobles, que siempre llevaban las de ganar). Pero un hecho insólito cambió la suerte de Catilina: uno de los supuestos conjurados, Quinto Curio, habló más de la cuenta con su amante y cundió el rumor de una conspiración perpetrada por Catilina y sus seguidores. Esto hizo mella en los votantes, que rechazaron a Catilina y eligieron a Cicerón como cónsul. Después se supo que Quinto Curio era un topo que Cicerón había conseguido meter entre los partidarios de Catilina. Como vemos, las casualidades no existen.
A Catilina ya le estaban tocando los huevos de verdad, como comprenderéis, y empezó a comprar armas y a reclutar soldados, pero al mismo tiempo empezó a prepararse para las elecciones del año siguiente. Seguía sin haber cometido ningún acto ilegal, al menos abiertamente, así que Cicerón, su principal enemigo, no podía hacer nada contra él, y se limitó a mantenerse a la expectativa. Pero Cicerón, viendo que de una manera u otra, Catilina iba a conseguir finalmente su propósito, se puso a lanzar acusaciones contra él en el senado (sus famosas Catilinarias), y aunque no tenía una sola prueba contra él, lo que sí tenía era un pico de oro, y consiguió convencer al senado del peligro que representaba Catilina para el Estado.
El consulado de Cicerón llegaba ya a su fin, y, como dijimos, a pesar de todo, Catilina volvía presentarse a las elecciones. Al principio había cuatro candidatos, y Catilina era el peor situado debido al desgaste que sufrió durante todo el año por parte de Cicerón principalmente, que no dejaba de acusarle de conspiración. Pero entonces se retiró uno de los candidatos, y con solo tres, las oportunidades de Catilina mejoraron notablemente. Pero cuantas más posibilidades tenía, más rumores se difundían contra él. Esta vez se dijo que Catilina intentaría traer a los partidarios de Sila a la ciudad para que le votaran (recordemos que estos eran muy favorables a Catilina), y que seguían teniendo lugar reuniones secretas, en las que se planeaba el asesinato de Cicerón. Catilina, sin embargo, quería demostrar su inocencia a toda costa; incluso sugirió alojarse en casa del propio Cicerón para que este pudiera comprobar de primera mano que no realizaba ninguna actividad delictiva; posibilidad que Cicerón rechazó, por supuesto, alegando que de hacerlo no estaría a salvo ni en su propia casa.
Cicerón, viendo que nada podía hacer, aprovechó las sospechas que había vertido sobre Catilina para aplazar las elecciones, aduciendo que el Estado se encontraba en peligro. Esto, unido a otra acusación por parte de Catón, hizo que Catilina perdiera la paciencia y empezara a mostrarse altivo en las reuniones del senado, y hasta tal punto de dureza llegaron sus palabras, que el senado dio facultad a los cónsules para que gobernaran con poder ilimitado, pensando que el Estado estaba realmente amenazado. Aún así, Cicerón no pudo volver a aplazar las elecciones y estas tuvieron lugar. Cicerón se había encargado de meter el miedo en el cuerpo a todos con el cuento de las conspiraciones, e incluso acudió a las elecciones armado y con una coraza, lo cual iba en contra de las normas. Pero la jornada transcurrió pacíficamente, y otra vez Catilina demostró que actuaba dentro de la legalidad; lo cual no impidió que volviera a perder, por cuarta vez.
Es entonces cuando Catilina empieza a llevar a cabo planes de conspiración. Pero, ahora que sabemos de todas las zancadillas que le habían puesto durante tanto tiempo, podemos entender mejor sus razones. Hasta entonces, a pesar de las repetidas acusaciones contra él, no había cometido ni un solo asesinato. Por otra parte, ninguno de los historiadores se pone de acuerdo sobre la autoría del intento de asesinato sobre Cicerón: todos dan nombres distintos, e incluso Salustio ni lo menciona, lo cual es bastante sospechoso, sobre todo porque Cicerón, siendo cónsul, podría haber arrestado perfectamente a los dos conspiradores en vez de limitarse a no recibirlos en su casa. También es sospechoso el caso de las cartas: ¿por qué los conjurados que a la postre serían ajusticiados iban a delatarse en aquellas cartas dirigidas a los alógobres en las que confesaban sus planes, marcándolas con su propio sello (lo cual fue usado como prueba contra ellos en el juicio)? Además, Cicerón faltó a las normas en repetidas ocasiones, interviniendo en las votaciones del Senado cuando no debía hacerlo (un cónsul no podía tomar partido).
Como vemos, en esta historia hay mucho más de lo que los autores han querido transmitir para la posteridad. En ello vemos que ni Cicerón era tan intachable, ni Catilina tan malo. Y es que, amigos, termino haciendo la misma advertencia que al principio de este artículo: nunca olvidéis que la historia la escriben los vencedores.
5 comentarios:
Conocía tu afición por la historia clasica, pero no sabia que podías llegar a profundizar tanto alrededor de un personaje.
Me ha gustado, sorprendido y he aprendido... no se puede pedir mucho más, verdad?
Gracias por compartirlo.
Un saludo desde Girona
Albert Tarrés
Catilina es solo uno de tantos y tantos personajes maltratados por la historia... tal vez otro día hable de por qué el rey Pedro I de Castilla fue el Justiciero mientras estuvo reinando y el Cruel después de su muerte.
Un saludo, Albert.
Pues esa, ciertamente, es una historia que me gustaría leerte.
Un saludo desde Girona
Albert Tarrés
Maese, como siempre, un placer leerle. Y respecto al "caso Catilina", no es el único. No fueron pocas las figuras denostadas en la antigüedad por escritores e historiadores (caso especial de numerosos emperadores). O bien se mentía descaradamente, o bien se exageraban sus defectos y acciones.
Magnífica entrada. ;)
Hola Adrián:
Lo primero, me alegra mucho volver a leerte; me gustaría saber cómo te va por tierras sicilianas ;)
Con respecto a Catilina, las obras propagandísticas no son invento nuestro, desde luego. Nerón, por ejemplo, también fue muy castigado por ellas, mientras que otros, como César, que al final hizo lo mismo que pretendía Catilina, son encumbrados hasta la categoría de Dios.
Por cierto, no estaría mal una aventura con el trasfondo del conflicto de Catilina, con los dialis por ahí metiendo baza.
Un saludo.
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